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    Desde su “podio de la seguridad jurídica”, Uruguay debería usar marketing y dar “pelea” por la “competencia” tributaria

    Certeza jurídica sobre todo. Después, la privacidad —en algunos casos por razones de seguridad personal— y, por último, una baja carga fiscal. Esa escala de prioridades es la que, según el argentino Martín Litwak, buscan mayormente empresas y personas ricas cuando recurren a sociedades offshore o paraísos fiscales. Uruguay, dice, es el único en la región que todavía ofrece lo primero, desde que Chile “se disparó en el pie” y Panamá sufrió varios “golpes reputacionales”.

    Litwak hace campaña contra los impuestos desde The 1841 Foundation. Es CEO de Untitled Strategic Legal Consulting, una empresa creada por él que asesora a familias de alto poder adquisitivo en su planificación patrimonial y estructuración de sociedades offshore. En Uruguay, donde vivió entre 2006 y 2015, la firma tiene una oficina, pero abrió otras tres y él emigró a Miami buscando expandir el negocio más allá del Cono Sur. En parte por una estrategia de “no marketing” aplicada décadas atrás, el país es poco conocido más allá de esta subregión, afirma.

    Para Litwak —un abogado con una maestría en Finanzas—, frente a propuestas como el impuesto mínimo corporativo y otros cambios en la tributación global Uruguay tendría que “alzar su voz” y “plantarse como un país que pelea por la competencia fiscal, que defiende el derecho de propiedad y la privacidad, porque son todas cosas positivas, no negativas”, siempre cumpliendo con los “cánones internacionales”. Lo argumentó en una conversación que mantuvo con Búsqueda desde Miami en la que habló, también, de los recientes cambios políticos en su país y presagió una rotación para los próximos dos períodos de gobierno en Uruguay (ver recuadros).

    —¿Cuál debería ser la estrategia del país frente a la revisión en la fiscalidad internacional como la propuesta por el G7 y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) sobre el impuesto mínimo global a las corporaciones?

    —Uruguay se ganó con el tiempo un lugar dentro de lo que es la planificación patrimonial y corporativa sobre la base de ciertas normas que son buenas para extranjeros, para compañías y personas. Con inteligencia, debería defender esa posición de refugio que tiene para el resto de la región: hay presiones que aceptar y acatar, porque no hacen al negocio principal, y otras en las que debe luchar un poco más. Por ejemplo, Uruguay tiene un sistema de atracción a nuevos residentes fiscales —la famosa vacación fiscal— al que no debería renunciar bajo ningún concepto, por más presión que haya; tiene que armar todo de manera tal de no despertar ningún tipo de ataque o sospecha. Hay otros temas, como lo de la sustancia (económica), en lo que Uruguay está armando algo relativamente bueno, que es cumplir para que nada cambie, y eso está bien. Después, no debe ser más papista que el papa, que lo fue en su momento: si el G7 o el G20 lanzan una propuesta de impuesto mínimo global, uno sabe que Uruguay lo va a terminar acatando, porque no tiene la fuerza para desconocer el pedido de 100 países, pero tampoco tiene por qué ser el primero de la fila. Países como Hungría o Irlanda han tenido —entre comillas— honor al defender sus negocios. De cualquier manera, la competencia en Uruguay no está dada por el impuesto a las ganancias corporativas. Hoy tiene un impuesto mayor al 15%, con lo cual no lo afecta. Pero, conceptualmente, el país debería alzar su voz para decir: “La competencia es buena en todos los ambientes. Es buena en los deportes, en el comercio internacional, en la agropecuaria y en los impuestos”.

    —Para una economía con el tamaño de la uruguaya, ¿el argumento de la soberanía tributaria es válido?

    —Sin duda que sí.

    Hay una tendencia a creer que el mundo tenía una cantidad determinada de impuestos y que algunos países vivos crearon impuestos menores para robarles recaudación a aquellos que estaban haciendo todo bien. En realidad, el mundo no era un infierno tributario sino que era un paraíso fiscal: tenía muchos menos impuestos que ahora. Lo que pasó es que los países ineficientes fueron subiendo, subiendo y subiendo, y quedaron desfasados. Cada país debiera ser soberano para poder poner sus impuestos, y si es más eficiente que otros y puede cobrar menos, ¿por qué los demás le van a poner un lastre?

    —Dijo que Uruguay fue “más papista que el papa”. ¿Se refiere a la flexibilización del secreto bancario y a los acuerdos para el intercambio de información tributaria de hace pocos años?

    —Sí. 100%.

    —Y después de esos cambios contra la opacidad fiscal, ¿sigue siendo atractivo?

    —Sin duda. Lo que la gente tiene que entender es que cuando uno usa jurisdicción offshore o un paraíso fiscal, por más que sea contraintuitivo, la mayor parte de la gente no busca como principal objetivo una reducción de impuestos. Busca, sobre todo en América Latina, mayor seguridad jurídica, y en la región los únicos tres países que ofrecían un alto nivel de seguridad jurídica eran Panamá, Chile y Uruguay. La realidad es que Chile ya no la tiene; se disparó en el pie, y será muy difícil que la recupere y ya demostró que no es Suiza, es Chile. Panamá está con varios golpes reputacionales y además tiene levantamientos contra el gobierno, y hay que ver dónde termina. Uruguay, hoy por hoy, está en el podio de la seguridad jurídica.

    La gente busca más que nada dormir tranquila. Y busca la privacidad —por eso el error que marqué antes— y después, si además tiene ventajas tributarias, bienvenido sea. Pero no es lo primero.

    —¿Por seguridad jurídica es que Uruguay aparece en los llamados Pandora Papers como uno de los países donde más sociedades offshore se crean, con más de 400 en esos documentos filtrados a periodistas?

    —Sin ninguna duda. Y si fuera más conocido, incluso en la región, se usaría mucho más. En muchos casos, la traba es que siempre se manejó con perfil bajo; en gobiernos anteriores a los del Frente Amplio se decía que el mejor marketing para Uruguay es no hacer marketing. Eso hasta un punto sirve, pero hizo que la mayor parte de los clientes sean argentinos, brasileños, quizás algún paraguayo o algún chileno, pero hablás con gente en Colombia o México y no conocen el país. Y si lo conocieran, lo usarían más.

    —¿Hoy está bien visto hacer marketing ofreciendo baja tributación o privacidad?

    —En aquel momento para Uruguay no estaba mal el no marketing. Pero desde los Panamá Papers el tema de las offshore se puso en la prensa y hoy salen todos los días noticias al respecto, como todo, buenas y malas, pero se está perdiendo la negatividad de la palabra. Uruguay debiera plantarse como un país que pelea por la competencia fiscal, que defiende el derecho de propiedad y la privacidad, porque son todas cosas positivas, no negativas. Y cumpliendo con los cánones internacionales, se puede hacer.

    De hecho, el marketing de los principales paraísos fiscales de esta zona del mundo, como Islas Vírgenes Británicas, Caymán o Bahamas, explica qué es lo que hacen, cómo a través de las sociedades offshore generan empleo en todo el mundo, cuánto valor agregado o cuánta inversión permitieron. Hoy, una empresa del primer mundo —entre comillas— invierte en América Latina o en África porque a través de un holding offshore sabe que si llega a tener un problema, no le van a confiscar los activos.

    —Sostiene que ese tipo de estructuras se usan porque existen “infiernos tributarios” y “voracidad” recaudadora de los Estados. Lo cierto es que quienes pueden acceden a ese tipo de mecanismos para pagar menos impuestos son los ricos. ¿Eso es justo para el resto de la sociedad?

    —El concepto de justo está sobrevalorado. No sé si es o no justo. ¿Es justo que el que tiene más plata compre un mejor auto o que vaya a un restaurante más caro? ¡Qué sé yo, no sé! Lo importante es lo siguiente: que el rico acceda a un auto o un restaurante más caro no repercute positivamente en el pobre, pero que el rico promueva que existan paraísos fiscales repercute en el pobre porque se genera una competencia en donde los impuestos bajan para todos, no solo para el rico. En definitiva, el pobre paga menos impuestos porque existen centros offshore. ¿O qué piensa que pasaría si la OCDE y el G7 definitivamente triunfan y se eliminan todos los paraísos fiscales del mundo? ¿Cuál sería el incentivo para bajar impuestos? ¡Ninguno! De hecho, el incentivo sería subir impuestos.

    —Los impuestos son lo que financian la vida colectiva. ¿No lo ve así?

    —Los dos impuestos principales que pagamos en la sociedad moderna son al valor agregado —que, de hecho, en Uruguay es de 22%, de los más altos del mundo, mientras que acá en la Florida no llega a 7% y en Argentina es 21% y antes fue 15% y 18%— y el impuesto a las ganancias, que oscila entre 20% y 37% o 38%, dependiendo del país. Y son impuestos nuevos; en Estados Unidos, 15 de los 46 presidentes gobernaron sin impuesto a las ganancias, se gobernaba bien, y por momentos fue cuando más creció la economía. Argentina creció muchísimo entre 1890 y 1930. ¿Y de cuándo es el impuesto a las ganancias?, ¡de la década del 30! No estoy muy seguro de que los impuestos sean algo bueno o tan necesario.

    No lo juzgo desde el punto de vista de si es justo o injusto, pero lo cierto es que el mundo ha visto un crecimiento desmedido de los Estados —la pandemia los ha multiplicado— y eso requiere que se paguen más impuestos. ¿Es mejor este mundo o el de hace 100 años? Bueno, cada uno puede tener su opinión. La mía es que hoy por hoy hay casi 100 paraísos fiscales —casi la misma cantidad de países que no lo son— donde prácticamente no hay impuesto a las ganancias y lo que se gravan son exportaciones o a las sociedades que yo armo, y de eso viven. La realidad es que cuanto más activos hay en el sector privado, más inversión hay, más empleo se genera.

    —Acá muchos piensan que la carga fiscal es alta. ¿Es un Estado voraz para la mayoría de los uruguayos que, al mismo tiempo, les ofrece baja fiscalidad a los ricos y a los extranjeros?

    —Uruguay tiene un muy buen sistema para los extranjeros y para los nacionales tiene uno que desde el 2009 hasta ahora —con el IRPF y una serie de cosas más— se ha endurecido mucho. Si se está recaudando porque está atrayendo dinero de gente de otros países, definitivamente se debiera bajar impuestos a los ciudadanos uruguayos.

    —Cuestiona en particular a los gobiernos populistas. Sin embargo, la presión fiscal es también alta en países de derecha o liberales: según el último informe de Cepal y la OCDE los ingresos equivalen a 29,4% del PBI en Argentina y a 31,6% en Brasil; en Uruguay es 26,6%. Entonces, ¿tiene que ver con el sesgo político?

    —La ecuación de la recaudación y el Producto Bruto Interno deja por fuera factores como la evasión o la densidad de población. Los estudios sobre el concepto de esfuerzo fiscal —una de las batallas culturales que trato de dar— ponen la lupa en la recaudación desde la perspectiva del individuo, que es el que paga en definitiva, y no en desde el Estado. En Argentina hay una presión fiscal de 27% o 28%, pero el esfuerzo fiscal que hace un argentino es mucho más grande que el que hace, por ejemplo, un alemán. Hay estudios que dicen que en Alemania, donde la presión fiscal es de alrededor de 50%, para que un alemán sienta el esfuerzo fiscal que hace un argentino pagando impuestos la presión fiscal debería ser de 61%. Y para que un argentino se sienta tan holgado —entre comillas— como un alemán, la presión en Argentina tendría que ser de 16%. En Argentina hay negocios que por pagar impuestos quiebran, algo ridículo; en Uruguay eso no se ve todavía. El gasto público en Argentina es muy exagerado; es un país pobre que da salud y educación gratis a todo el mundo. ¿Está bueno? Sí, buenísimo. ¡Pero no lo puede pagar!

    • Recuadros de la entrevista

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    Economía
    2022-08-03T18:37:00