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Mujeres que lucen sus canas, un movimiento que crece en tensión con los estándares de belleza

Cada vez son más las mujeres que deciden dejar de teñirse y lucir su pelo blanco, una tendencia que sigue pareciendo un acto de rebeldía

Editora de Galería

Hay una persona A y una persona B. Las células que alguna vez pigmentaron el pelo de la persona A ahora escasean. En otras palabras, su cabellera, que antes era marrón oscura, ahora es gris, casi blanca. Estudios dicen que tres de cada cuatro personas del sexo opuesto a esta persona consideran que los seres humanos de ese género con el pelo canoso resultan más atractivos. Las canas les dan un toque de madurez, de experiencia, un sex appeal.

La persona B atraviesa exactamente el mismo proceso biológico que la persona A, por lo que ahora cada centímetro de pelo le crece de grisáceo a blanco. En los hechos, sin embargo, nunca se le han visto más que un par de milímetros de gris asomando de su cuero cabelludo. Todos los meses desde hace décadas va a la peluquería para tapar cualquier rastro de pelo blanco mediante un proceso químico que abre sus cutículas con amoníaco o etanolaminas y las penetra con agentes colorantes que quedan atrapados en la fibra capilar por un tiempo. Es lo que hacen un 75% de las personas de su género. Dentro del otro 25% está una de sus amistades, que hace un tiempo decidió dejarse las canas. Su entorno le pregunta qué le pasa, que se está “dejando estar”, qué la llevó a tomar tamaña decisión, sabiendo que así parece mucho mayor.

Aunque tienen la misma edad y atraviesan los mismos cambios, las canas no simbolizan lo mismo para la persona A, un hombre, que para la persona B, una mujer.

Emilia Abin Gayoso es docente e investigadora del Departamento de Antropología Biológica de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. En primer lugar, apunta que las canas son parte del proceso del envejecimiento, y que la vejez no ha sido vivida ni percibida de la misma manera “durante todo el tiempo a lo largo de la historia, ni en todas las culturas a lo largo del mundo”.

En ese sentido, el historiador y escritor uruguayo Leonardo Borges plantea que en torno a las canas siempre existió una dualidad: en distintos períodos han sido vistas como símbolo de experiencia, o como señales del inevitable final de la vida.

En el Neolítico (hasta 4.500 a. C.), por ejemplo, Borges explica que la vejez y sus signos, como las canas, simbolizaban sabiduría. En el antiguo Egipto, empezaron a usarse tanto henna (tinte natural de color rojizo) como pelucas para taparlas, mientras que más tarde Aristóteles las relacionó con “la decrepitud, la tristeza, el paso del tiempo”, señala el historiador. La otra cara de esta dualidad volvió a surgir en la Edad Moderna cuando se extendió el uso de pelucas blancas. “Aparecen los jueces con pelucas blancas, que demuestran autoridad y estar por encima del resto”. Figuras como Luis XIV popularizaron estas pelucas, pero las mujeres también empezaron a empolvarlas con harina para darles un tono grisáceo, lo que simbolizaba estatus, riqueza y sofisticación.

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Con la caída de la aristocracia y el inicio del Romanticismo, el ideal de juventud, belleza delicada y feminidad se impuso con fuerza, así como el mandato de ocultar todo lo que se alejara de ese estándar, incluidas las canas. Empezaron a usarse las tinturas naturales y químicas, y a emplearse métodos peligrosos para cubrir el pelo blanco, entre mezclas de azufre, cal viva y sales de plomo. Fue en 1907 cuando el fundador de L’Oréal, Eugène Schueller,­ creó la primera tinta sintética comercial, aunque la verdadera masificación de la coloración de pelo en las mujeres se dio entre 1950 y 1970, cuando las tintas se volvieron económicamente accesibles y la idea de que dejarse las canas era signo de descuido se reforzó entre marketing agresivo —con slogans como “No te estás poniendo vieja, te estás poniendo mejor” (de la marca Clairol)—, celebridades y modelos publicitarias exclusivamente de apariencia juvenil y cabellos de colores artificiales, una tendencia que, en general, se mantiene hasta el día de hoy.

En la cultura occidental, la vejez continúa relegada a lo “no deseable, lo inminente a la muerte”, asociada a la no potencia y a la no productividad, sostiene la antropóloga Emilia Abin Gayoso. En el caso de las mujeres, a esto se le añade que cualquier signo de envejecimiento se relaciona a la pérdida del poder reproductivo. “Para los varones con canas, está la expresión silver fox. Se vuelven más atractivos y a la vez esas canas representan el éxito alcanzado. Han adquirido más experiencia, sabiduría, poder económico. En el caso de las mujeres, ocurre lo contrario. Tradicionalmente, como las mujeres han estado asociadas a las maternidades, el envejecimiento es visto como la pérdida de su poder reproductivo, y lo que vemos en esas marcas de envejecimiento es la imposibilidad de ejercer un rol que les ha sido adjudicado durante muchísimo tiempo”, añade la antropóloga.

En la misma línea, la investigadora de mercado y tendencias Verónica Massonnier indica que las canas han estado asociadas en el imaginario tradicional a la imagen de una “abuela” que asumía el paso del tiempo. “Elegante o sencilla, se apartaba de las exigencias de lo juvenil y no solo en la imagen­, sino­ también­ en el estilo de vida y las expectativas”.

Fenómenos en tensión

Aunque la mayoría de las mujeres del planeta (un 75%) aún se tiñen las canas, en los últimos años y a impulso del feminismo volvió a emerger una “nueva mirada”. “Junto con la valoración de lo natural y lo genuino, se ha afianzado una postura desafiante con respecto a los antiguos códigos y algunas mujeres han decidido mostrar sus canas como parte de los postulados de la ‘belleza real’, de la aceptación, de la libertad, de lo auténtico, de lo diverso. Se trata de una ruptura con un código estético único, hegemónico, exigente”, observa Massonnier.

Casi sincronizadas, varias celebridades de Hollywood como, Jane Fonda, Andie MacDowell­, Salma Hayek y Jamie Lee Curtis, entre varias otras, salieron a mostrar con orgullo sus pelos más o menos blancos. Todas ellas, por supuesto, fueron consultadas al respecto, como si dar explicaciones tuviera que ser parte del asunto. MacDowell dijo haberse inspirado en su hermana mayor, a quien siempre admiró por verse “espectacular” en su melena gris. Dio el paso durante la pandemia, cuando, confinada, se encontró frente al espejo con el rostro enmarcado por sus raíces naturales y pensó que ese sería el punto de partida de un camino de liberación de las tintas. “Sentí que sería más feliz. Y soy más feliz”, confesó.

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Andie MacDowell

Andie MacDowell

Lala Pasquinelli, activista, artista visual y autora del libro La estafa de la feminidad, considera que “sí hay una resistencia, un despertar” también en las mujeres de a pie, sobre todo, en las mayores de 40. Muchas de ellas, a partir de la pandemia. “Una de las pocas cosas positivas de la pandemia, a mi criterio, fue que muchas mujeres vivieron la primera experiencia de desobediencia a estos rituales, que muchas los cumplimos con la fundamentación de ‘lo hago para mí’. Resultó que en la experiencia de estar en nuestras casas, muchas mujeres dejaron de teñirse, de maquillarse, de usar ropa ajustada y tacos altos, de depilarse”.

El estilista Diego Alfonso confirma que la pandemia marcó un antes y un después en la cantidad de consultas para dejarse las canas. “Hubo gente que se llegó a ver 10 centímetros de crecimiento por no ir al salón. Se llegó a ver qué cantidad de canas tenía, cómo era la calidad, qué brillo tenía. Estoy seguro de que eso llevó a que pensaran ‘me voy a sacar esta esclavitud de teñirme todo el tiempo’ y aprovecharan a hacer el proceso de dejarse las canas”.

Pasquinelli sostiene que una vez que las mujeres experimentan lo que implica liberarse de “estas ataduras”, tratan de sostenerlo, sobre todo, cuando ya se logró “una determinada conciencia, habiendo accedido a un determinado capital cultural simbólico, entendiendo la pérdida de tiempo, dinero, etcétera que implican estos rituales”.

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Jane Fonda

Jane Fonda

En esa línea, Alfonso tiene una teoría: las mujeres que rondan los 40 y nunca se tiñeron, difícilmente decidan hacerlo alguna vez. “Si nunca te teñiste y te demoró un montón de tiempo en salir la cana, creo que ahí ya trabajaste otra parte y no querés esclavizarte. Una persona de 40 años tiene mucha más seguridad, más claridad sobre lo que quiere o no. Es muy difícil que una persona de esa edad quiera entrar en la esclavitud de tener que estar cada 20 días o una vez al mes tiñéndose. Puede ser que haga algo muy natural, como iluminaciones. Hoy la gente va por servicios que puede retocarlos dos veces al año, como iluminaciones en largos. Pero la tinta como tal ha bajado un montón”.

De todas formas, no se atreve a augurar que este sea un movimiento irreversible ni consecuencia de un cambio profundo. Más bien, se trata de una corriente que no parece ser lo suficientemente resistente ante la cada vez más fuerte imposición de los estándares de belleza. Son dos fenómenos que ocurren en paralelo y que están en constante tensión. “Estamos intentando dar todas estas conversaciones sin mucho éxito, porque realmente hay una presión muy fuerte de todas las industrias que contribuyen a este modelado de identidad de las mujeres en relación con la belleza. No tenemos los recursos, y la verdad es que la ecuación de fuerzas es muy difícil”, asegura.

Una de las razones por las que no se anima a vaticinar que se trate de un camino sin retroceso es que muchas de quienes encarnan esta “rebeldía” son mayores de 40, mientras que las generaciones más jóvenes están siendo expuestas como nunca antes a los ideales de belleza. “No soy tan optimista. Lo que veo que está sucediendo con las nuevas generaciones es realmente desastroso”, manifiesta. Hay que tener en cuenta que quienes hoy se están liberando de las tintas son mujeres que pasaron un tercio de su vida en un mundo analógico, “sin redes sociales, sin todo este bombardeo al que hoy las infancias y las adolescencias están expuestas, consumiendo todo esto”. En la misma línea opina la psicóloga representante de la Comisión de Género de la Coordinadora de Psicólogos del Uruguay, Mariela Pereyra: “La decisión de hacer visible el paso de los años es una forma de mostrar resistencia al sistema que en cierta forma oprime y presiona para ir en otra línea. Poder mirar la diversidad y aceptarla y convivir alegremente con ella tiene que ver con las canas, las diferentes formas y tamaños de los cuerpos y formas y largos de los cabellos. Esto es bastante más claro en generaciones más grandes”.

Tintas: tiempo, dinero y riesgos

En Montevideo, dependiendo de la peluquería y, sobre todo, del barrio, hacerse la tinta cuesta por lo menos entre 1.000 y 2.000 pesos (el precio disminuye si la persona lleva su propia tinta). El precio puede ser mayor si se busca cubrir las canas con claritos.

Más allá del costo económico, lo cierto es que teñirse el pelo no es un procedimiento completamente inocuo, ya que implica exponerse a productos químicos.

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Cecilia Dopazo

Cecilia Dopazo

Algunos estudios asocian la exposición a las tintas con un leve aumento del riesgo de ciertos tipos de cáncer, aunque aún no existe evidencia concluyente ni definitiva. Por lo pronto, lo claro es que los efectos de las tintas van desde el daño a la fibra capilar hasta, en el peor de los casos, reacciones alérgicas a ingredientes como la parafenilendiamina, presente en muchas tintas, que de no advertirlos podrían causar reacciones graves, potencialmente mortales.

De todas maneras, si la tinta no tiene amoníacos ni hidrógeno ni sulfatos y si la persona no es alérgica ni tiene patologías que requieran tomar precauciones, ciertas tintas para el pelo podrían llegar a ser “bastante inocuas”, apunta la médica integrante de la Sociedad Uruguaya de Dermatología y especialista en patología de pelo Paula Abelenda. Sostiene que las que producen mayor daño en el cabello y el cuero cabelludo son las tintas que decoloran y los claritos, sobre todo, los que se hacen con gorra. “Si es una tinta que decolora, genera un daño. Más o menos natural, siempre penetran en la fibra capilar y generan un daño”, señala la médica. Lo más natural que existe en el mercado es el henna, un producto en polvo que se encuentra hasta en supermercados. “Es bastante natural, te tiñe las canas y te mejora la calidad del pelo y el brillo. El problema es que no agarra tanto el pelo oscuro”, apunta Abelenda, y agrega que también existen tintas con etanolamina, que causan menos daño en la cutícula que las que tienen amoníaco.

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Sea por el tiempo dedicado, por el dinero invertido o por la exposición a posibles riesgos, parece claro que teñirse el pelo —al igual que someterse a cualquier otro procedimiento estético en el que intervengan químicos— siempre tiene algún costo.

Otro costo

Dejarse las canas tampoco parece ser un proceso fácil y gratuito para las mujeres. “Implica justamente romper con la lógica que dice que valés por tu apariencia, y que la única apariencia válida es la de juventud, porque la juventud en nuestra cultura es un valor en sí mismo, y la vejez, un disvalor. No importa qué hacés ni tus ideas ni si sos una imbécil, porque si sos joven, sos más valiosa que si no sos joven”, expresa a Galería la autora de La estafa de la feminidad.

“Te quedaba mejor antes” o “parecés más vieja” son comentarios a los que se enfrentan por lo menos alguna vez todas las mujeres que deciden dejarse las canas. “Incluso gente que ni te conoce se siente habilitada a comentar, a sugerir, a señalar. No parezco, soy más vieja. ¿Y qué importa si soy más vieja? El tiempo pasa, pero esto no debería ser un tema de conversación. ¿Por qué tengo que sentirme presionada a adoptar consumos, a dañar mi salud colocándome químicos para tener una apariencia de juventud, como si eso además se lo debiera a la sociedad?”, enfatiza Pasquinelli­. En el cumplimiento de rituales como teñirse las canas está lo que la activista y artista visual define como “estafa de la feminidad”, en otras palabras, “una normalización de la violencia sobre los cuerpos, una pérdida de nuestros recursos, nuestra creatividad”.

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Kathy Bates

Kathy Bates

Liberarse de las tintas y por ende desencajar del estándar implica exponerse al juicio ajeno, incomodar a otros e incluso, dice Pasquinelli­, ser vistas con desconfianza. “Somos imprevisibles. ¿Qué se puede esperar de esta señora que no está dispuesta a cumplir con lo que se supone que todas las mujeres quieren, deben hacer y hacen?”.

Coincide la psicóloga Mariela Pereyra, que hace 10 años tomó la decisión de abandonar las tintas. “Hay un mandato social y un juicio en estas culturas rioplatenses donde miramos mucho al diferente y al que no se adapta a lo esperable. Hay exposición a la crítica, pero también opiniones entre dos polos, que van entre el cuestionamiento y la admiración”.

Agrega que tomar esta decisión debe ser “absolutamente personal”, ya que se ponen en juego “características personales, la propia historia y el entorno”. “Para algunas es sencillo; para otras, menos, y para unas es imposible siquiera planteárselo”. En esa transición, indica, es necesaria la búsqueda de apoyo del entorno, generalmente de otras mujeres. Por otra parte, advierte que también suelen ser las mujeres las “grandes cuestionadoras”. “Esta decisión es un proceso que se va construyendo progresivamente y en la que está muy presente la aldea femenina, tanto a favor como en otra, apoyando y juzgando. Y el mundo masculino juzgando por no seguir lo que se espera para una mujer de determinada edad”.

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Jamie Lee Curtis

Jamie Lee Curtis

Dejarse las canas, entonces, será más o menos fácil dependiendo de qué tanto estén las mujeres dispuestas a atravesar. De eso dependerá cuál es el entorno, el grupo de pertenencia y muchas veces hasta la clase social. A esto se refiere la antropóloga Emilia Abin Gayoso: “No es lo mismo dejarse las canas para las mujeres de las publicidades, que son mujeres con un capital cultural importante, y pueden llevar las canas de esa forma. Para el estilista Diego Alfonso, la decisión de teñirse o no “tiene que ver con la seguridad”.

Una de las pocas razones por las que se podría llegar a vislumbrar un futuro de pelos blancos en las mujeres y menor temor al juicio es el envejecimiento cada vez mayor de la población. “Estamos en un momento en que todo esto tiene sentido, poner las canas en un lugar de aceptación cuando vivimos un envejecimiento de la población mundial imponente”, señala Abin Gayoso. Es un panorama que choca con el que predice que a mayor envejecimiento poblacional, mayor será el mercado que promete apariencia juvenil. Como dice Massonnier, llevar las canas hoy en día es casi la contratendencia frente a la “tremenda exigencia de mantener por más tiempo la vitalidad, la fuerza física”. Sin cambios profundos, y mientras sigan vigentes los ideales que ubican a la juventud como la máxima aspiración, lucir el pelo blanco seguirá siendo un acto de rebeldía y resistencia.

Hacer la transición y saber llevarlas

Entre las que deciden dejar de teñirse, las más osadas suelen comenzar el proceso con un buen corte. “Se cortan el pelo corto para hacer el proceso de una y no tener que ver el pelo manchado con puntas teñidas y raíces con canas”, dice el estilista Diego Alfonso.

Otra opción para hacer la transición son las mechas invertidas, una técnica que consiste en integrar reflejos en tonos claros similares a las canas, con otros que imiten el tono natural.

Alfonso apunta que “llevar la cana es muy fácil”. Cuenta que su pelo es “casi 100% canas” y que ver una foto suya de pocos años atrás puede ser “un poco shockeante”. “Te anuncia que estás creciendo, y hay una idealización de la juventud. Pero hay que hacerse cargo de lo que hay”. Una vez al mes, utiliza un matizador para darle brillo al pelo.

Por su parte, la dermatóloga especializada en patología de pelo Paula Abelenda subraya que las canas son naturalmente más gruesas, con más frizz y menos gobernables, por lo que muchas mujeres recurren a aceites y mascarillas de forma semanal. Además, enfatiza en la importancia de utilizar protector solar para el cuero cabelludo, ya que los colores de pelo claros (como rubios y canosos) están más expuestos al sol que los oscuros.