¿Cuándo surge la idea de la película y cuánto tiempo llevó la realización?
Todo empezó con unas entrevistas que filmamos en 2022 a diferentes actores que tienen que ver con la ciudad, que van desde el mundo de la academia al mundo político e intelectual. Estas entrevistas tenían por eje la pregunta: “¿Por qué es tan difícil proteger el patrimonio arquitectónico de Montevideo?” Hace más de 20 años que me hago esta pregunta, como ciudadano de Montevideo, como artista, como persona sensible que intenta cuestionar para no dar las cosas por hecho. El resultado de estas entrevistas nos hizo ver que teníamos entre manos el germen de una película documental. Ahí empezamos a escribir el guion y a postularnos a fondos de todo tipo. Hemos estado, en esta dinámica fondo ganado-rodaje ejecutado, los últimos tres años.
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¿Qué te interesaba visibilizar o qué historia contar?
La película funciona como un resumen de mis preocupaciones sobre el poco apego al cuidado del patrimonio edilicio que tenemos como sociedad. Porque no se trata solamente de carencias en el terreno legal que incentiven a la restauración de las arquitecturas del pasado, siendo esta una causa fundamental para el deterioro de gran parte de la ciudad, sino también de una cierta ceguera del sistema político para identificar el problema como un asunto importante a resolver y no solo como un tema superfluo que interesa a unas pocas personas. Un gran porcentaje de los montevideanos habita el patrimonio, pero no tiene ni condiciones económicas, conocimiento técnico, ni ayuda estatal para hacerse cargo de su manutención. Estoy hablando de arquitectura de varios y valiosos estilos: ecléctica de la segunda mitad del 1800, de casas estándar (esas del patio con claraboya), de construcciones Art Nouveau y Art Déco, de edificios del movimiento moderno; en fin, de todo lo más valioso que ha construido esta sociedad en los últimos 150 años.
¿Cómo ves la evolución (o involución) de Montevideo desde el inicio de tu proyecto? ¿Qué rescatarías y qué entendés que debe mejorarse?
Yo te diría que la situación permanece casi incambiada desde que Mariano Arana y el Grupo de Estudios Urbanos, allá por los años 80 del siglo pasado, empezó a llamar la atención sobre este estado de cosas. Digo casi incambiada porque sería injusto decir que nada ha cambiado: de verdad han ocurrido acciones de restauración y puesta en valor de muchas construcciones de la ciudad, y ha habido una prédica constante y sostenida de la importancia del cuidado de las arquitecturas del pasado gracias a la celebración del Día del Patrimonio, que desde el año 1995 y por el trabajo y la visión del arquitecto José Luis Livni (fundador de la Comisióm del Patrimonio de la Nación) y de otros actores, ha hecho que la población en general aprecie de manera distinta la herencia del pasado. Pero hoy, en 2025, las demoliciones sin sentido siguen ocurriendo, a un ritmo alarmante, fruto de la enorme presión que está ejerciendo el capital transnacional no sólo en Uruguay, sino en todo el mundo, que se manifiesta a través de un boom de la construcción de vivienda nueva que por un lado hace desaparecer las arquitecturas históricas, y por otro, no termina de resolver el acuciante déficit habitacional de nuestro país. En resumen, estamos asistiendo a una situación en la cual, la sociedad toda está haciendo un esfuerzo fiscal considerable (100 millones de dólares al año*) para solventar las exoneraciones fiscales de una industria que no resuelve el problema de la vivienda y que es a la vez responsable de la desaparición de nuestra memoria construida. ¡De locos!
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¿Qué dificultades encontraste en el proceso? ¿Alguna anécdota interesante del rodaje...?
Las dificultades inherentes a trabajar con los recursos justos, para hacerlos rendir y sacar los mejores frutos. En esto ha sido fundamental el trabajo de Laura Gutman, como productora ejecutiva, y de todo el resto del equipo de producción, guion, realización y edición, que pusieron lo mejor de sí para sacar las cosas adelante. Sin Rodrigo Labella, Javier Palleiro y Agustín Arce, por nombrar solo a los más cercanos y los que metieron más horas de trabajo, esta película no existiría. Y es interesante ver cómo la arquitectura y el cine son actividades similares, donde hay un nombre que pone la firma, como el arquitecto responsable o el director, pero que no fructificarían en obras sin el trabajo mancomunado de un sinnúmero de personas.
Como anécdota de rodaje, o de no rodaje en realidad, quisimos entrevistar a la mayor cantidad de actores que tienen que ver con hacer y deshacer ciudad. En ese afán, contactamos con empresas de demolición, pero a la postre, ninguna quiso ser entrevistada para el documental. Una pena porque era un punto de vista que nos interesaba.
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De esos testimonios en entrevistas, opiniones y experiencias, ¿qué resaltarías como necesario en cuanto a gestión de gobierno y privados para cambiar la realidad?
Sin duda y para empezar, mecanismos de incentivo fiscal, como existen para obra nueva, a la hora de restaurar un inmueble histórico. Educación en patrimonio, en las escuelas de arquitectura, en el entendido de que hoy, a las implicancias de pérdida de memoria construida ante la demolición de innumerables ejemplos de arquitecturas del pasado, se suma la necesidad imperiosa de reducir las emisiones de CO2, siendo que la industria de la construcción es una de las que más colabora con este fenómeno. En este sentido, hay una expresión instalada en la arquitectura que comparto plenamente: “el edificio más verde es el que ya está construido”. Aprovechar, reciclar, poner en valor, cambiar de programa, es el camino a seguir si queremos colaborar con la salud ambiental del planeta.
Por último, pero no menos importante, un pedido expreso al conjunto del sistema político para que vean este asunto desde una mirada contemporánea, ecológica y de resguardo de la memoria general de la sociedad, y actúen en consecuencia. Mucho se habla de la situación inadmisible de los pobladores de asentamientos en la periferia de Montevideo, pero nada se habla del potencial que tiene la ciudad construida para absorber poblaciones desplazadas y para darle herramientas a los miles de uruguayos que viven en casas antiguas para que puedan mantenerlas dignamente, aprovechando las bondades de una arquitectura noble y generosa desde todo punto de vista. No hay necesariamente que construir más, hay que hacerse cargo de lo que ya tenemos.
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¿Qué ejemplos conocés de otros lugares que son referentes en el tema y hacen que funcione en la gestión?
Hay innumerables casos de ciudades europeas que han hecho de la conservación patrimonial el eje de sus gestiones administrativas. Es cierto que los tiempos históricos que manejan muchas veces son bastante mayores a los de Montevideo, pero San Petersburgo, por ejemplo, tiene los mismos 300 años que nuestra ciudad y a nadie se le ocurre descuidar lo que heredaron del pasado. Ahí nos juega en contra una cierta lectura de que lo que tenemos no es lo suficientemente bueno, o lo suficientemente viejo como para ser conservado. Eso es un mito que hay de desmontar: a todos nos gusta París, que es básicamente una ciudad de la segunda mitad del siglo XIX. En Montevideo demolemos sin demasiado miramiento construcciones contemporáneas a las de ese París que nos encanta, y a nadie parece importarle.
También es cierto que esa política de muchas ciudades europeas de cuidar sus centros históricos para atraer cada vez más turismo está hoy en crisis, con procesos de gentrificación que expulsan a la población local. A la vista de esa experiencia, Montevideo debería plantearse un plan de restauración general de su área central pensando en crear las condiciones óptimas para que los propios montevideanos se apropien de ella. Y que los turistas quieran visitarla por añadidura. Es posible contemplar ambas dimensiones.
Y para no poner como ejemplo solamente ciudades europeas, en América Latina existen desde hace décadas las experiencias exitosas de cuidado patrimonial del centro histórico de Quito en Ecuador, de Cartagena de Indias en Colombia o de Ouro Preto y Mariana en Brasil. Y sin ir más lejos, de Colonia del Sacramento en Uruguay, que se ha transformado en un foco de interés turístico internacional gracias a una gestión patrimonial cuidadosa.
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¿Qué modelo o visión de ciudad entendés que debería primar y cómo debería alinearse la gestión para no desviarse?
Estas acciones no pueden quedar en manos solamente del ámbito público, pero es sin duda ese ámbito el que debe crear las condiciones para que el capital privado se interese en la restauración de las arquitecturas del pasado. Ya lo dije antes: incentivos fiscales para la restauración, educación en patrimonio a las nuevas generaciones de futuros arquitectos, crear relatos que enamoren a la población de la ciudad que tienen. Incentivar el interés de los ciudadanos por la herencia que han recibido, favoreciendo la promoción de todo lo que ponga en valor esa herencia.
Para todo esto también tiene que haber continuidad en las políticas públicas de vivienda que atiendan la necesidad de conservar el stock de edificios de épocas pasadas. Hay que aprovechar lo construido, desde los edificios que fueron hechos en origen para vivienda hasta los edificios que albergaron alguna vez el parque industrial y el sector terciario, y que hoy la ciudad tiene en desuso. No puede ser que la única opción posible sea demoler lo anterior para construir algo nuevo en su lugar, ese es un pensamiento muy primario, es como pegarse un tiro en el pie.
Una de las pérdidas más relevantes es AFE. ¿Qué te inspira eso y qué camino imaginás para recuperarlo?
La situación de la antigua estación central de trenes de Montevideo es algo que debería avergonzarnos como sociedad. Un despropósito tan grande como la infraestructura que ahí tenemos abandonada. Problemas legales, demandas de privados al Estado, desidia estatal, falta de imaginación y un largo etcétera podrían ser parte de las explicaciones a tan triste realidad. Lo cierto es que tampoco como sociedad exigimos que esto se solucione. Estamos desaprovechando un patrimonio muy rico que podría redundar en divisas para la ciudad toda, desde el punto de vista turístico y de infraestructura.
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Yo aun sueño con volver a tomarme un tren algún día en esa estación. Imagino que eso podría convivir perfectamente con un hermoso jardín techado a la manera de la vieja estación de Atocha en Madrid. Además, por el tamaño del edificio y las construcciones anexas, se podrían crear desde ofertas habitacionales hasta estudios de trabajo, pasando por restaurantes y servicios de todo tipo. Incluso podría ser la sede de un gran museo de la ciudad de Montevideo, en fin, ideas sobran, lo que falta es voluntad política para llevarlas a cabo.
¿Cómo armaste la mirada estética y narrativa del documental?
La intención primaria, además de la investigación sobre el patrimonio construido, era poner a la ciudad de Montevideo en primer plano, con sus luces y sus sombras, pero como protagonista. Filmamos tomas urbanas durante varias temporadas, en las cuatro estaciones, con sol, niebla y lluvia, frío o calor. Eso nos ayudó a crear ambientes más oscuros cuando los temas tratados pedían un cierto dramatismo, hasta jugar con la luz del sol en los momentos de más optimismo y esperanza. Para todo esto fue fundamental el ojo atento de Rodrigo Labella, amigo y realizador audiovisual que me acompaña hace años en estas patriadas del registro en video de la ciudad de Montevideo, y que tuvo a bien cuidar de estos detalles en Montevideo inolvidable. También fue fundamental contar con la inteligencia y la sensibilidad de nuestro editor principal, Agustín Arce, que con excelente criterio hizo el bordado de toda la información recabada, y que colaboró también en el guion del documental.
Así que podríamos decir que, al igual que para hacer un edificio se precisa un arquitecto y un equipo de trabajo, para hacer una película se necesita de un director rodeado de los colaboradores más sensibles que pueda encontrar, y además, que tenga los oídos siempre dispuestos a escuchar sus sugerencias.
¿Qué trascendencia esperás que tenga?
Me gustaría que esta película colabore en colocar a la ciudad de Montevideo en el radar no solo del sistema político, sino también y fundamentalmente, en los ojos de sus habitantes, porque no hay manera de cuidar algo si no lo conocemos. La canción que cierra el documental, obra de Laura Gutman y Santiago Peralta, que son además la productora y el diseñador de sonido respectivamente de esta película, se llama Por qué no me miras: es la propia ciudad hablando en primera persona a sus habitantes, pidiendo con humildad y paciencia que por favor volvamos sobre ella nuestras miradas, para imaginar juntos un futuro inolvidable.
Sobre Alfredo Ghierra (Montevideo, 1968)
Estudia Bellas Artes y Arquitectura entre 1986 y 1990. Trabaja fundamentalmente la técnica del dibujo con grafo y tinta pero también la fotografía, el arte digital, la animación, el ensamblaje de objetos y la pintura al óleo. A partir de 1994 realiza exposiciones personales y colectivas dentro y fuera del Uruguay (Montevideo, Buenos Aires, San Pablo, Brasilia, Sofía, Venecia, Madrid, Berlín). Participa de numerosos concursos obteniendo varios premios y menciones.
Ghierra fue el director de arte de los festejos del Bicentenario del proceso independentista del Uruguay (2011), realizando intervenciones artísticas a escala urbana en las principales avenidas y plazas de Montevideo. Su personaje Ghierra Intendente, creado en 2010, es una performance artística en clave política y apartidaria, donde un extenso grupo de artistas, arquitectos y diseñadores, se articulan para pensar y proyectar la ciudad. Es un proyecto curatorial de largo alcance, cuyas presentaciones, tanto en Montevideo (2010, 2015 y 2020) como en el Instituto Cervantes de la ciudad de Berlín, Alemania, (2016) le han valido reconocimientos y apoyos. En 2020 recibe la beca Zabala Muñiz del Mec como premio a sus más de 20 años de trayectoria artística. Dirigió el Museo de las Migraciones de Montevideo durante su primer año de actividades en su nueva ubicación dentro del complejo Muralla Abierta.