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Museo del Gaucho y la Moneda en el BROU: historia y tradición en formato disruptivo

La nueva sede del Museo del Gaucho y la Moneda en el hall central de la casa matriz del BROU marca una referencia en el escenario cultural de la ciudad

No todos los días inauguran en Montevideo nuevos espacios en el escenario cultural y artístico. Y mucho menos que ameriten ser reconocidos como finalistas en un concurso internacional de arquitectura de obra realizada.

La nueva sede del Museo del Gaucho y la Moneda no encontró mejor ubicación que el imponente atrio central del Banco República (BROU), y su impecable distribución y ejecución ameritan ver cómo y quiénes lo hicieron posible.

Hace cuatro años, la por entonces viceministra de Cultura, profesora e historiadora Ana Ribeiro, encontró el museo otrora alojado en el Palacio Heber Jackson de 18 de Julio y Julio Herrera y Obes desmantelado debido a reformas necesarias del edificio. En una conversación con Salvador Ferrer, entonces presidente del BROU, surgió la posibilidad de montarlo en el edificio de la sede central del banco.

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Ana se puso al hombro esa odisea, que implicó armar un equipo multidisciplinario, buscar la forma y escala apropiadas para la muestra, diseñar cada detalle del recorrido, mostrarlo y hacer partícipes a distintas divisiones del banco y de la Fundación Banco República, desarrollar la narrativa y el eje conceptual, y equilibrar tecnología con colecciones de piezas de valor patrimonial.

La misión era traer al siglo XXI un personaje forjador de la identidad nacional, su contexto, su importancia en la economía y en las batallas que libró Uruguay en su proceso independentista. El gaucho se muestra allí como lo que es: una figura identitaria, de trabajo, de lucha y defensa del territorio, que una vez culminado ese proceso no supo adaptarse para encontrar su lugar en una sociedad rural que comenzaba a contar con alambrados y frigoríficos. En cierta forma, una época en la que triunfó la moneda y no el gaucho. Es recién más adelante, cuando su figura ya no supone amenazas, que se revaloriza su rol y la deuda social lo reconoce como el perfil relevante que tuvo en la identidad nacional.

Esa narrativa, la de la evolución de figura de paria a héroe, es la que puede apreciarse espacialmente en una serie de seis bretes o espacios perimetrales del gran atrio, con los viejos mostradores de las cajas con exhibiciones de la moneda y una cápsula inmersiva central con una proyección audiovisual de una poesía y calidad excepcionales.

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El equipo curatorial se reunió semanalmente durante todo el proceso e incluyó a un joven estudio de arquitectos, pero con experiencia en programas culturales, que supo estar a la altura del desafío: Oficina Ático, integrada por Valentina Juanicó, Manuel Machado y Nicolás Barbier.

La nueva sede del Museo del Gaucho y la Moneda constituye una oportunidad para reabrir al público el gran espacio vacío con un nuevo programa, lo que implica una mayor visibilidad nacional e internacional, al integrarse al circuito turístico de Ciudad Vieja.

La arquitecta Valentina Juanicó asegura que los desafíos fueron tanto de proyecto como­ técnico-logísticos. “En un primer momento, como arquitectos proyectistas nos enfrentamos a un edificio existente con enorme valor patrimonial y simbólico, con un tamaño y un lenguaje claramente protagonistas. Operar con patrimonio puede ser entendido en una primera instancia como una cuestión de estética y estilo, pero para formular el proyecto fue necesario leer qué lógicas de funcionamiento planteaba (el arquitecto Giovanni) Veltroni (quien proyectó el edificio en 1921) para este espacio, cómo fueron las circulaciones, las dinámicas y la relación del proyecto con el usuario, para identificar y entender el valor patrimonial de la idea arquitectónica original. Pudimos encontrar cuáles eran los lugares en los que había una oportunidad para crear espacios con escala más pequeña, en los que invitar a mirar un detalle en un cuadro sea viable; es decir, ser consecuentes con la simetría y la axialidad del espacio y poder transgredirla sin generar conflictos”.

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Los arquitectos debieron encontrar la escala de la intervención y los dispositivos que implantaron para que tuvieran presencia sin agredir el planteo del edificio original, en particular las pantallas LED y la sala de proyecciones. “Buscamos un carácter contemporáneo, reconocible por el visitante, de color negro y repertorio acotado. Considerábamos fundamental alejarnos tanto de la mímesis como del contraste estridente en cuanto a estrategias, sin intentar gobernar el vacío, que en definitiva es el protagonista principal”, asegura Juanicó.

Sin embargo, uno de los planteos más importantes a resolver fue que el edificio sigue funcionando como casa central del banco, donde se aloja el directorio, gerencias, centro de datos, el tesoro, además de muchas otras oficinas y áreas importantes de la institución. “Que a ese programa con requisitos de seguridad tan sensibles se le sumara uno de carácter público y abierto creaba conflictos de usos, privacidad, ruidos y seguridad, además de las interferencias de una obra en un edificio en funcionamiento”, cuenta la arquitecta encargada de este proyecto, que entre el hall y las salas anexas que hoy son museo comprende unos 2.900 m2. El museo pertenece al Banco República y la Fundación Banco República y funciona con su propia agenda cultural.

Entre lo antiguo y lo moderno. En medio de una arquitectura interior imponente, con mármoles, techos de medio punto hechos en casetones, ventanales gigantescos y columnas romanas, las estructuras de líneas modernas del nuevo museo encajan a la perfección. “Queríamos generar un museo con un repertorio estético muy compacto, de esta manera se lee claramente lo que es nuevo. Creamos una neutralidad para potenciar los objetos que el museo expone y aportamos dramatismo al relato. Nos imaginamos que el soporte negro es el telón de fondo para que los objetos cuenten la historia, y respetamos el clima de solemnidad que el espacio tiene en su génesis”, cuenta Juanicó, quien asegura que era fundamental velar por la armonía de la intervención que hace de este espacio expositivo una obra tan interesante.

Para darle forma a este proyecto, los arquitectos trabajaron en conjunto con un amplio equipo “en una experiencia muy enriquecedora”, según Juanicó. La producción de contenidos se definía en reuniones semanales de coordinación con Ana Ribeiro a la cabeza­, Alicia­ Brasesco por parte de la Fundación Banco República —quien conoce a la perfección cada pieza exhibida—, la diseñadora Elaiza Pozzi como productora de contenidos visuales, el artista y cineasta Álvaro Zinno, que fue el director de la película, y Fernando Foglino, a cargo de las piezas exclusivas para este museo. El montaje estuvo a cargo de Niklaus Strobel, diseñador gráfico, artista y montajista suizo radicado en Uruguay. “Todo el equipo no solo entendió las búsquedas del proyecto, sino que aportó su expertise y el proyecto creció, tomó cuerpo”, asegura la arquitecta. “Nuestro rol fue la bajada de las ideas a lo material, resolver las múltiples escalas en simultáneo y velar por la armonía del todo”. La obra en concreto llevó unos seis meses, aunque el proceso total tomó casi­ cuatro años.

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Este trabajo, que implicó un interesante desafío de unir dos programas en un mismo edificio, puede funcionar de puntapié para un futuro en el que los museos puedan someterse a una actualización para adecuarse a las lógicas del público contemporáneo. “Sin dudas esperamos que este museo marque un precedente para que se ponga la mirada sobre muchos otros museos de nuestro país. Si bien la inversión es fundamental para que estos cambios sucedan, creemos que no es puramente una cuestión presupuestaria, sino de poner intención y con los recursos viables mejorar los espacios. Tenemos muy buenos museos con mucho potencial pero con muy bajo nivel de inversión y mantenimiento, el mínimo para renovar las muestras itinerantes. Vemos que muchas veces las decisiones y soluciones expositivas y por lo tanto estéticas son llevadas a cabo desde la intención de quien domina el saber de la historia, del objeto, o de la materia que se exhibe, en vez de ser llevada a cabo en conjunto con un profesional arquitecto o diseñador. Cuando hay poco presupuesto para hacer las cosas, parecería que queda poco lugar para la arquitectura”, sostiene Juanicó. “Creemos que la temática del gaucho y el contexto del BROU como empresa pública dieron una facilidad particular para que las personas que lo llevaron a cabo conectaran y se identificaran con lo que hicieron. Ese espíritu también lo vimos en los funcionarios de la institución, quienes mostraron en todo momento compromiso y respeto tanto por la institución como por el edificio”, concluye una de las responsables de una de las obras culturales más destacadas de los últimos tiempos.

La sala inmersiva

Uno de los aspectos nuevos del museo, que le aportan gran interés y mucha actualidad es la sala inmersiva. Elaiza Pozzi, como encargada de la comunicación visual, se ocupó de la producción de los contenidos de esta sala.

Junto con los arquitectos, el proyecto se fue definiendo sector por sector, en cada detalle, de manera cronológica, bajo la dirección general de Ana Ribeiro­, quien tenía muy claro el proyecto en cuanto a la narrativa y el perfil de museo que buscaba: una propuesta disruptiva y contemporánea para un contenido histórico relevante.

Primero se hizo el guion bajo las líneas que propuso Ribeiro, que era buscar un efecto sensorial, inmersivo, que destacara un día en la vida del gaucho. Para ello, debieron evitarse todos los elementos que fueran contemporáneos, como los alambrados, la fauna y flora; todo tenía que ser autóctono.

El vestuario, a cargo de María Blanco, también se trabajó en detalle. Se mandaron a hacer especialmente las botas de potro, y se consiguieron los elementos claves, como ponchos, fajas, espuelas. Álvaro Zinno, quien ya tenía experiencia como realizador de contenidos para una sala inmersiva, “supo conseguir con gran profesionalismo y talento la película que buscábamos: poder entrar al mundo del gaucho, sentir la presencia del bosque, el campo, el galope de los caballos o los grillos en una noche de antaño”, afirma Pozzi.

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