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    Colorado, no coalicionista

    POR

    Sr. Director:

    Finalizado el ciclo electoral, me parece necesario alzar la voz contra una funesta idea que se murmura por lo bajo pero que viene tomando forma: la consolidación de la coalición republicana como un marco permanente para los partidos que la integran. Más allá de la apariencia pragmática que se le atribuye —que no es otra cosa que deriva ideológica—, esta propuesta es un grave error estratégico e histórico. Como colorado tengo que ser claro: nuestra historia, nuestra identidad, nuestro futuro, lo que somos y lo que representamos no pueden ser sacrificados por motivos circunstanciales.

    No desconozco que esta alianza estratégica permitió la necesaria alternancia en el gobierno en 2019, un logro innegable en ese momento. Sin embargo, las pasadas elecciones han mostrado que esa realidad ya no es tal. Entonces, si ya no garantiza el éxito, ¿cómo puede justificarse convertirla en un marco permanente? ¿Puede hacerse en la premonición —porque hoy los elementos para creerlo son vagos— de su regreso en 2030? Lo cierto es que la coalición no es un hogar común ni una identidad, es una herramienta electoral, útil en su tiempo y lugar, pero incapaz de representar un sentimiento compartido o una base ideológica unificada.

    Pero ello no es todo, adoptar este proyecto es una traición a nuestra esencia como partido. Nuestra identidad es el resultado de casi dos siglos de compromiso con la libertad, la justicia social y el progreso, convicciones que no deben negociarse ni renegarse por un simple cálculo electoral.

    Para entender la gravedad de esta propuesta, voy a delinear tres argumentos —seguramente algún correligionario encontrará otros igual de fundamentales— que sustentan mi negativa.

    En primer lugar, renunciar al Partido Colorado como un partido político independiente y distinto a los que conforman nuestro sistema sería una claudicación de nuestra historia. Desde el Gobierno de la Defensa, pasando por las reformas sociales impulsadas por José Batlle y Ordóñez, Juan José de Amézaga y Luis Batlle Berres, los colorados hemos sido artífices de las mayores transformaciones de la República. Incluso en los momentos más difíciles, con Jorge Batlle a la cabeza, enfrentamos las crisis con ética y responsabilidad.

    En segundo lugar, las coincidencias que nos unen a los demás partidos de la coalición son auténticas, pero están lejos de justificar una unión permanente; es más, desconocen las muchas cosas que nos diferencian y sería ingenuo pensar que pueden superarse sin sacrificar la esencia de cada uno. De hecho, puedo encontrar valores que compartimos con algunos sectores del Frente Amplio y no creo que los promotores de esta alianza crean que debamos fusionarnos con ellos.

    Por último, aceptar esta propuesta implicaría priorizar el acceso al poder sobre la coherencia ideológica. Claro que ocupar cargos es una parte importante de nuestra actividad política y la mejor forma de plasmar en la práctica ­—transformando realidades— nuestras ideas, pero no puede ser nuestra única guía. La política no se reduce a las estrategias del corto plazo ni a las alianzas que responden a las circunstancias de un ciclo electoral. Nuestro objetivo debe ser gobernar desde nuestras convicciones y principios porque, de lo contrario, estamos condenando a nuestro partido a su desaparición.

    En resumidas cuentas, como colorados, debemos tener la valentía de rechazar esta idea. Debemos hacerlo desde la razón, por los riesgos estratégicos y políticos que ello implica, pero también desde el corazón, reconociendo que somos colorados, no coalicionistas.

    El Partido Colorado no es un engranaje de una herramienta electoral. No traicionemos nuestra tradición en nombre de una promesa de unidad que no representa nuestros valores ni nuestras aspiraciones. El partido no necesita refugiarse en una coalición para mantenerse relevante, lo que necesita es renovar sus liderazgos, actualizar su programa, acercarse a la gente y a los nuevos desafíos que enfrenta nuestro país desde sus raíces históricas. Aceptar la coalición republicana sería un acto de rendición, una renuncia a nuestra capacidad de disentir, debatir y proponer desde nuestra propia visión, es aceptar que nuestra rica historia y nuestros valores se diluyan en un lema que no representa lo que somos.

    Brahian Furtado