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    Economista Sebastián Fleitas: Uruguay “está trabado” y la clase política debería hacer viables las reformas

    Para muchos, “es un país bonito donde se pasa precioso, pero están estos otros desafíos muy serios” que afectan a una porción de la sociedad, señala el profesor de Economía de la Universidad Católica de Chile y miembro del CEPR

    Uruguay, “en general, está bien”, sobre todo al comparar con su pasado no tan lejano y con la realidad de varios países de la región. Pero, al mismo tiempo, enfrenta como “desafíos grandes” el hecho de tener desde hace tiempo un crecimiento económico magro y un nivel de déficit fiscal “muy elevado” que deja poco margen para, por ejemplo, atender cuestiones que agrietan la convivencia ciudadana, como la inseguridad y la desigualdad de oportunidades. “El problema son las perspectivas de largo plazo; si esto no lo resolvemos, puede agravarse más”, plantea Sebastián Fleitas, un economista uruguayo doctorado en la Universidad de Arizona que hizo gran parte de su carrera en ámbitos académicos del exterior.

    Ahora radicado en Santiago de Chile, la semana pasada disertó en un conversatorio titulado Elecciones, democracia directa, y reforma de pensiones en Uruguay, organizado por la Universidad Central de Chile, en el que resaltó las fortalezas de la democracia uruguaya, pero en cuyo marco se procesan cambios lentos o las reformas directamente no prosperan. Esa dinámica deriva en “problemas de compromiso (commitment)”, en la cual las transformaciones bruscas aparecen como la alternativa para poder avanzar, lejos de lo que él considera ideal.

    En su visión, desde hace años Uruguay “está trabado en varias cuestiones básicas” y, frente a eso, la clase política “debería ponerse como desafío hacer posible un conjunto de reformas necesarias porque, si no, la educación seguirá estando muy mal, las cárceles seguirán siendo de lesa humanidad, y la salud, la vivienda, los cuidados y el endeudamiento de las personas continuarán como problemas. Para muchos, Uruguay es un país bonito donde se pasa precioso, pero están estos otros desafíos muy serios” que padece otra parte de la sociedad.

    Fleitas es profesor de Economía de la Universidad Católica de Chile y miembro del Centre for Economic Policy Research (CEPR), con sede en Londres. Lo que sigue es una síntesis de la charla que mantuvo con Búsqueda.

    —En un conversatorio organizado por la Universidad Central de Chile usted matizó la “oda a la democracia” uruguaya —el sistema de partidos, la baja polarización, las reformas “por acumulación”, los mecanismos directos de participación ciudadana— con los “problemas de compromiso”, que lleva a cambios a veces de “shock”, como fue la apertura comercial de los años noventa. ¿Esa caracterización aplica también para el gobierno de Luis Lacalle Pou?

    —Sí, por distintos motivos, este gobierno ha tenido ese problema del compromiso. Pienso en las leyes que aprobó, donde hubo mucha negociación interna. Sobre la reforma jubilatoria, el presidente dijo que seguía siendo leche, pero tenía mucha agua… Con la Ley de Urgente Consideración, que fue como una ley ómnibus, claramente el proceso democrático no fue el óptimo. Es muy difícil discutir tantos artículos en muy poco tiempo; eso también muestra un problema de commitment.

    —¿De dónde surge ese problema?

    —De los liderazgos políticos. Es parte de lo bueno y de lo malo de la democracia uruguaya, que tiende a no excluir completamente a alguien que se sienta en la mesa (de discusión). El problema que tenemos es que hay gente que no tiene un lugar en la mesa; es un grupo de población que está quedando muy rezagado porque está fuera del mercado laboral formal, está complicada en el sistema educativo, está más vinculada al sistema carcelario y tiene peor atención médica. De todos modos, hay una sociedad que amortigua —como decía Real de Azúa— los conflictos.

    Esto puede verse, por ejemplo, con el transporte de Montevideo. Ha costado muchísimo movilizar este tema por algunas trabas que parecen estar mucho más vinculadas a la economía política del problema y a la negociación con los sectores involucrados, que a no tener una idea de lo que hay que hacer. Un caso similar es la reforma de los combustibles, en donde se sabe que hay que fortalecer la competencia. Son dos ejemplos de lo mismo, que involucran a gobiernos de distinto signo político. Por tanto, es un problema más de cómo funcionan la democracia y los liderazgos, que de un partido político.

    —¿Los sectores sociales rezagados no están representados por los partidos? ¿Hay allí una pérdida de legitimidad?

    —Sí podría haberlo en el caso de esas 300.000 personas —cerca del 10% de la población— con menores ingresos o pobres, pero no veo un problema de representatividad de los partidos para el resto.

    Los partidos en Uruguay son muy buenos. Pero, yendo un poco al Premio Nobel de Economía, a (Daron) Acemoglu, (Simon) Johnson y (James A.) Robinson, es lo del corredor angosto: si fuera fácil, lo harían todos los países. Y Uruguay no es el único que tiene problemas de crecimiento o de desarrollo. Se requiere de mucho talento de la clase política; hay que lograr sentar a la mesa a la gente y, con liderazgo político, hacer cambios que no dejan contentos a todos. En este sentido, Uruguay tiene las restricciones de un equilibrio que se va autogenerando: parte con un déficit fiscal muy alto, lo cual deja muy poco margen para hacer políticas y reformas —en la educación, en las cárceles o en los combustibles, que requieren de recursos— y son las que generan más crecimiento, necesario, a su vez, para poder bajar ese déficit.

    Yo canto feliz la oda a la democracia uruguaya. Pero a su clase política le está faltando poder superar ese corredor angosto. Ni en este gobierno ni en los anteriores se pudo tener una reforma educativa con un consenso suficiente como para que no esté todo el tiempo cuestionada. Y parte de lo que se requiere para mejorar la educación son un montón de recursos para, por ejemplo, más infraestructura y docentes en escuelas y liceos de tiempo completo. Esto, con un déficit del 4% del PIB (Producto Interno Bruto), al sistema político le queda muy incómodo.

    Entonces, Uruguay, en general, está bien, pero tiene algunos desafíos grandes: está creciendo relativamente muy poco y el déficit fiscal es muy elevado. A esto se agregan otros desafíos que están afectando la convivencia ciudadana: en materia de seguridad y de igualdad de oportunidades no se está logrando responder porque se requiere un montón de recursos y un montón de liderazgo político. El problema son las perspectivas de largo plazo; si esto no lo resolvemos, puede agravarse más.

    Los políticos, en la campaña, tienen muy pocos incentivos para dar malas noticias. Nadie gana elecciones hablando de eso. La sociedad no le exige una hoja de ruta concreta; yo quisiera saber, ya sea que gane el Frente Amplio o la coalición de derecha, cuál es esa hoja de ruta Los políticos, en la campaña, tienen muy pocos incentivos para dar malas noticias. Nadie gana elecciones hablando de eso. La sociedad no le exige una hoja de ruta concreta; yo quisiera saber, ya sea que gane el Frente Amplio o la coalición de derecha, cuál es esa hoja de ruta

    —La llave parece ser el liderazgo político.

    —Lo primero es reconocer que no es sencillo. En ese sentido, debemos pedirle un poquito más a nuestra clase política y que nos diga cuál es la hoja de ruta para estas reformas de políticas públicas para el desarrollo que se tienen que hacer.

    Obviamente los políticos, en la campaña, tienen muy pocos incentivos para dar malas noticias. Nadie gana elecciones hablando de eso. La sociedad no le exige una hoja de ruta concreta; yo quisiera saber, ya sea que gane el Frente Amplio o la coalición de derecha, cuál es esa hoja de ruta. La clave, al final del día, está en que el sistema político logre destrabar algunos de esos nudos.

    —En algunos puntos programáticos parece haber planes más claros, por ejemplo, cuando el Partido Nacional propone bajar el costo de vida o, cuando desde el Frente Amplio, el designado ministro de Economía, Gabriel Oddone, plantea reformas “proeficiencia”. ¿No ve allí posibles resultados concretos?

    —No quiero dar una visión superpesimista. En algunas cosas sí, me gusta, por ejemplo, lo que he escuchado de Oddone y de (Agustín) Iturralde (coordinador de programa blanco) respecto a querer bajar el precio de los artículos de higiene; el caso famoso de la pasta de dientes es sencillo políticamente, porque es una sola empresa que haría un poco menos de dinero pero no cerraría (si se facilita la importación). Pero después veo que se suma (a propuesta del Partido Nacional) la liberalización del combustible —cuando el verdadero problema, en mi opinión, está en la distribución secundaria— sin que se diga cómo se haría… aunque capaz está bien. Yo ni siquiera digo que está mal per se; es que hace 20 años lo venimos discutiendo y nadie ha planteado cómo se haría para leerlo y poder decir: “Es bueno”.

    Otro asunto que me preocupa es cuando se pone sobre la mesa liberar la importación de frutas y verduras. Si se hace bien y acompañada de una política industrial que rescate a la gente productiva, se puede tener una reforma proeficiencia en determinado período de tiempo. Pero también podemos tener el problema del commitment si se quiere hacer de modo rápido, brusco. Si se hace así, habría un poquito menos de precios para algunos consumidores, pero potencialmente vamos a poner a los productores de alrededor de Montevideo en un cinturón de pobreza. En los noventa, la apertura comercial había que hacerla, pero cuando uno agarra Hipólito Irigoyen y Veracierto lo que ve es el efecto de haberla hecho en cuatro años. El problema del commitment lleva a que las cosas se hagan de manera incorrecta.

    Entonces, esperanza sí: el diagnóstico es relativamente claro, pero el diseño de las políticas, el cómo se haría, todavía no. Además, si estas políticas no son consensuadas, está todo el problema del commitment y el riesgo a que, por miedo a que lo den vuelta, lo hagan de manera mucho más brusca de como debería pasar.

    —¿Cuál debería ser la agenda para elevar los niveles de productividad?

    —Hay que poner toda la agenda en los Consejos de Salarios, tener mediciones de productividad y condicionar aumentos de productividad. Y generar consenso: si vos tenés muchos años en que el salario real no crece, es muy difícil ir a pedirles a los trabajadores que se esfuercen más. Eso es parte de la magia que debe lograr la clase política: hacer las reformas de crecimiento, convencer a los actores de que estas son sustentables y que los beneficiarán a mediano plazo —y mientras tanto, darles lo posible—, todo lo cual se hace en un corredor angosto. Para poder transitar esto precisamos liderazgo, no de iluminados, sino del sistema político más allá de las coaliciones.

    También hay mucho para mejorar en el sector público vinculado a la agenda sobre el Uruguay caro. El Estado debería medir su productividad y tratar de mejorarla, haciendo más cosas online.

    Hay otras áreas fundamentales para mejorar la productividad. Por un lado, el comercio exterior; en Uruguay es obligatorio que, para sacar algo de importación, haya un despachante de Aduanas, lo que no pasa para todo en la mayoría de los países del mundo. Esa es una cuestión que bajaría costos y mejoraría la productividad, pero obviamente hay un sector que obtiene rentas de la situación actual.

    Lo mismo con lo notarial. En Estados Unidos, un empleado de un banco que hizo un curso de notario firma un papel y con eso se puede vender un auto; en Uruguay es mucho más compleja una transacción de ese tipo. Esto hace la economía muy pesada. Claro, al querer cambiar esto te estás metiendo con un sector concentrado. Y algo similar pasa en la salud y otro montón de sectores donde se podrían hacer reformas proeficiencia o proproductividad.

    De vuelta, el diagnóstico de lo que hay que hacer está relativamente claro. Pero, cuando bajamos de entretener al auditorio para plantear leyes, decretos y regulación, es decir el diseño específico (de las reformas), está menos claro. El diseño puede venir después (de la campaña); lo que sí deben hacer los partidos es lograr los consensos políticos para conducir esas reformas. Podrían decir: “Veamos el tema de los despachantes de Aduana, bajemos regulaciones, abramos un poco más la economía unilateralmente reduciendo costos para importar”. Pero hay que hacerlo con un ojo puesto en que eso no genere nuevos cinturones de pobreza y que sacar la Tasa Consular significa un 0,3% o 0,5% del PIB, cuando el déficit es de 4%.

    La clase política debería ponerse como desafío hacer posible un conjunto de reformas necesarias porque, si no, la educación seguirá estando muy mal, las cárceles seguirán siendo de lesa humanidad, y la salud, la vivienda, los cuidados y el endeudamiento de las personas continuarán como problemas. Para muchos, Uruguay es un país bonito donde se pasa precioso, pero están estos otros desafíos muy serios. Frente a esta realidad no deberíamos ser negativos, pero tampoco autocomplacientes.

    La partidocracia es lo que hace a Uruguay estable; si no, sería Perú, Ecuador o el propio Chile. (...) Eso da estabilidad, pero ningún partido quiere arriesgar mucho. La partidocracia es lo que hace a Uruguay estable; si no, sería Perú, Ecuador o el propio Chile. (...) Eso da estabilidad, pero ningún partido quiere arriesgar mucho.

    —¿Es un freno para las reformas el hecho de que los dos bloques ideológicos estén muy parejos en votos?

    —El balotaje, que probablemente haya consolidado dos grupos claros y muy parejos, hace que nadie quiera arriesgar votos. La diferencia entre Lacalle Pou y Daniel Martínez en 2019 fueron 30.000 votos; si arriesgan y hacen enojar a 30.000 votantes, pierden la elección. Pero la decisión maniquea no sirve.

    Por otro lado, la partidocracia es lo que hace a Uruguay estable; si no, sería Perú, Ecuador o el propio Chile, que tiene partidos estables pero no fuertes. En Uruguay los partidos —y las organizaciones sociales— representan mucho más los intereses colectivos, tienen mucho más arraigo. Eso da estabilidad, pero ningún partido quiere arriesgar mucho.

    Toda esta nueva corriente institucionalista en economía nos enseña eso. En algún momento en la década de 1950 los economistas pensábamos que todos los países iban a ir al desarrollo; hoy tenemos una visión más sofisticada que nos permite decir: es difícil. De hecho, los que lo lograron son poquitos y la gran mayoría de los países todavía tiene problemas, porque deben darse condiciones muy especiales que, entre otras cosas, requieren de una habilidad muy grande del sistema político para destrabar algunas cosas. En Uruguay, lo que estamos viendo es que está trabado en varias cuestiones básicas y que hace muchos años le está costando crecer y hacer algunas reformas que parecen evidentes: concretar más apertura comercial, reducir los precios, distribuir mejor y lograr que el bienestar llegue a cierta parte de la población.

    —Leyendo los programas de gobierno y viendo los actuales líderes partidarios y sus referentes económicos, ¿cree que en el próximo período de gobierno se pueden concretar algunos de estos cambios?

    —Sí, porque hace cinco, 10, 30 o 40 años atrás estas discusiones no estaban. Y porque los equipos económicos son, en general, sólidos. Aunque, por otro lado, veo más consenso en la profesión de economía que en el sistema político.

    Este corredor angosto no se dibuja con brocha gorda, sino con lápices finos, cuando pase la campaña. Y, al final del día, para que estas reformas pasen debe haber apoyo político.