—Hernán Bonilla, en su columna de El País de este martes 26, afirmó que “no es la economía” la razón de la derrota coalicionista, sino que el oficialismo fracasó al intentar imponer la idea de dos “modelos”, a la vez que el Frente mantiene una alta capacidad de penetración “cultural” en la gente. ¿Comparte esa interpretación? ¿Cuál es su lectura del resultado electoral?
—Discrepo con que haya dos modelos; hace mucho tiempo, desde antes de la campaña electoral, vengo sosteniendo que son más parecidos que distintos entre sí y que hay un modelo del lucro cesante. Lo que (el exministro de Economía) Ignacio de Posadas llamó recientemente el Pacto de la Penillanura o lo que (el director de El País) Martín Aguirre dice de la penillanura levemente ondulada que nos permea como sociedad.
El actual oficialismo quiso imponer eso de los dos modelos, más con vocación de relato o de eslogan, pero no le veo carnadura. ¿En qué modelo se desarrolló el sector forestal?, ¿en cuál aterrizaron las tres plantas de celulosa?, ¿a qué modelo vino (el grupo) Eurnekian a hacer el aeropuerto?, ¿a qué modelo le dieron el investment grade y le asignaron luego la mayor calificación de riesgo hasta el presente? Y ahí tenés respuesta de todos los gobiernos que hemos tenido. El modelo no se llama Frente Amplio ni coalición republicana, se llama Uruguay. Y en ese modelo es donde ocurren las cosas positivas que reseñé, pero también es el del lucro cesante, de un país que no avanza y que hace 10 años que está creciendo muy poco.
En cuanto a si fue la economía o no (lo que determinó el resultado electoral), comparto y discrepo. Todos los indicadores últimos, que tienen que ver con la memoria corta —salario real, empleo, inflación, confianza del consumidor y de los empresarios— daban muy bien. Sin embargo, sí creo que es la economía, y en particular el muy bajo crecimiento: el bajo crecimiento de la economía ya se cargó a dos gobiernos, al último del Frente y a este. Porque una cosa es haber crecido al 5,5% anual durante 10 años, en el primer gobierno de Vázquez y en el de Mujica —fundamentalmente gracias al viento de copa—, que fueron reelectos. Y otra cosa es crecer a la quinta parte, al 1,1% anual durante 10 años; esos gobiernos no fueron reelectos. Aun cuando en apariencia las cosas sean buenas —por lo menos en el tramo final, sin duda alguna—, en última instancia ese bajo crecimiento va haciendo mella en la sociedad en cuanto a que no hay futuro ni expectativa de movilidad social ascendente. Creciendo al 1% no hacés patria.
Tengo la impresión de que, en el fondo, fue la economía, pero no de la que (los analistas) hablamos todos los días. Y algo cultural también; el Frente Amplio tiene claramente una épica y un relato acorde y el actual oficialismo no ha logrado tenerlo y en el fondo termina pareciéndosele mucho, sea por la razón que sea.
—Las mejoras en el nivel de empleo y en el salario real desde la pospandemia, que fueron destacadas por el oficialismo en la campaña, ¿no le dieron votos?
—El Producto (Interno Bruto) y la masa salarial, que por lo general van de la mano, en este período van a haber crecido un 6% y un 9%. Pero, de vuelta, para cinco años es poco para tiempos normales de crecimiento tendencial de 2,5% anual, como dicen —aunque yo dudo que sea esa tasa—. El empleo, ¡sí claro, fue un dato muy bueno! Se habían perdido cincuenta y pico de miles en el tercer gobierno del Frente y se perdieron otros tantos en el primer año de la pandemia, y hoy estamos 100.000 arriba de cuando este gobierno empezó. El salario real promedio va a haber crecido 2 o 3 puntos en estos cinco años; lo que bajó se recuperó, como se había dicho, ¡pero son 2 o 3 puntos en cinco años!
Y la inflación, que estaba en una zona de confort de 8%, ya ahora la relevante —la que mira el Banco Central en 24 meses— da casi 6%. ¡Bajaste de 8 a 6! En términos conocidos por todos, esto es algo así como el camino, es la recompensa más que ganar un campeonato. Ganar un campeonato es: llevé la inflación al 2, 3, y no, hoy es: la expectativa la llevé al 6 y a un costo terrible del tipo de cambio real, con un daño colateral importantísimo.
El balance es de luces y sombra, y en la memoria corta aquello de los tiempos políticos y económicos sí calzaron. Pero hay un telón de fondo que es una economía que no crece, que pone en jaque —casi en palabras de Gabriel Oddone— nuestro modelo de convivencia, de pacto social, de desarrollo. Necesitás crecer a más de 3% para que haya recursos genuinos que permitan satisfacer las demandas por políticas públicas de una sociedad como la nuestra, con un ADN social-estatista o batillista. Si no, esas demandas quedan insatisfechas, o tenés un permanente déficit fiscal o cada tanto hay que reestructurar la deuda.
El presidente fue un fenómeno armando una coalición por primera vez y quebrando varios gobiernos sucesivos del Frente; quizás los unía más el espanto que el amor, y una vez que ganaron ya no había un denominador tan común ni tan liberal El presidente fue un fenómeno armando una coalición por primera vez y quebrando varios gobiernos sucesivos del Frente; quizás los unía más el espanto que el amor, y una vez que ganaron ya no había un denominador tan común ni tan liberal
—Antes dijo que la coalición republicana termina pareciéndose mucho en su relato al Frente Amplio. Para usted, ¿este no fue un gobierno liberal?
—Es evidente que no.
Una cosa es el concepto de libertad responsable que el presidente proclamó y ejecutó brillantemente con la pandemia, y otra cosa es pensar que este gobierno es liberal. Obviamente, para un retrógrado que está ubicado en la otra punta, cualquier cosa que está lejos de él es (un gobierno) liberal. ¡Pero no lo es! Es más o menos el mismo Estado que teníamos hace cinco años, no hubo reformas estructurales y ni siquiera hubo ajuste fiscal permanente; el gasto se comprimió en la primera mitad del período y en la segunda parte se sacó la mano del resorte y termina siendo más alto que cuando asumió. ¡Y había llegado con el mandato de bajar el gasto!
Si ves las redes sociales, toda la gente que se autodefine como liberal, que quiere grandes reformas, que pide más libertad económica o que mira con buenos ojos lo que está haciendo (Javier) Milei, están todos disconformes con este gobierno.
El mandato de este gobierno era de ajustar el gasto público y estaba aquella promesa de no subir los combustibles y meterle mano a ese mercado. También podía haber un mandato de abrir la economía, y evidentemente no fue así, porque una cosa es lo que se dice y otra lo que se puede hacer. Era difícil pensar que nuestros socios iban a querer que hiciéramos un TLC mano a mano con China; quiero ver si se plantea un TLC de (Donald) Trump a Milei cómo reacciona Brasil y cómo reacciona Milei después.
Por otro lado, estoy seguro de que si fuera por el presidente saliente, su gobierno hubiera sido más liberal. De hecho, le reconozco que no se equivocó al decir que al oficialismo le iba a dar beneficios políticos por hacer la reforma jubilatoria, aunque terminó aguada porque Cabildo Abierto no apoyó la idea original. El presidente fue un fenómeno armando una coalición por primera vez y quebrando varios gobiernos sucesivos del Frente; quizás los unía más el espanto que el amor, y una vez que ganaron ya no había un denominador tan común ni tan liberal.
—En este cuarto período del Frente Amplio no estará Danilo Astori y las corrientes seregnistas son minoritarias. ¿Será un gobierno de izquierda menos moderada?
—Es cierto que con el viejo astorismo, con Astori a la cabeza, fueron algo importante y uno no podría imaginar los tres gobiernos del Frente tanto para ganar como para gobernar. En ese sentido, sí, hay una realidad. Pero también es cierto que esa visión simplificadora que tienen algunos de que todo el MPP es tal cosa es equivocada; el MPP fue mutando y en su interior veo dos posiciones que no son tan afines. Hay senadores, empezando por (Alejandro) Sánchez o (Cristina) Lustemberg, que son algo parecido a lo que era el astorismo; gente muy pragmática y sin ataduras a ideologías que los dominen. De allí, del MPP, salió que Oddone sea el ministro de Economía.
Se barajó y se dio de nuevo, ya sin Astori ni el astorismo. Tendrá otros nombres y otro diseño del Frente, pero cuanto más se ha ido acercando al gobierno de nuevo, más moderado se ha puesto.
—¿Ve a Oddone como una figura de peso en el próximo gobierno o puede ser un fusible fácil de cambiar si se diera un cortocircuito con sectores más radicales?
—Los ministros son todos fusibles por definición. En los últimos ocho períodos de gobierno que tuvimos, hubo cuatro en los que los ministros de Economía terminaron en su mandato —o cinco si sumamos a Astori en el primero del Frente, que renunció para hacer política— y cuatro que no. Y hubo un gobierno que tuvo tres ministros.
Oddone es muy relevante porque si bien no hay nadie imprescindible en este mundo, encontrarle un sustituto no les sería fácil. Además, en el fondo, a Gabriel lo reconocen como un hombre con mirada de izquierda, donde el mandato que de algún modo él comparte con los dirigentes tradicionales del Frente es poner énfasis en una mejor distribución del ingreso en la sociedad y hacer reformas que conduzcan al crecimiento de la economía. Hace tiempo que él viene hablando con Orsi y con otras figuras y no debería haber problemas, pero cinco años es mucho tiempo.
—¿Puede haber tensión entre las propuestas de las bases programáticas frenteamplistas y el discurso de Orsi y del propio Oddone hay contradicciones, como hubo durante la campaña, por ejemplo, en torno al lucro de las AFAP o los impuestos al “gran capital”?
—Ellos han dicho que ese documento es de bases programáticas e ideas hacia dónde conducirse, y en algún caso propuestas concretas.
También conozco el pensamiento de Gabriel; hay muchos puntos de contactos conceptuales, pero también coincidencias. Como se dice, los zapallos se acomodarán una vez que el camión arranque. También es cierto que se hace la campaña política en poesía y se gobierna en prosa, y cuando llegás al gobierno y te encontrás con las restricciones que impone la realidad, tenés que ser selectivo en las ideas. Y este gobierno va a entrar el 1º de marzo con la misma restricción fiscal que tuvo el anterior; se habló demasiado, pero en realidad el déficit va a terminar como empezó.
—Además de lo fiscal, ¿qué otros desafíos enfrentará el futuro gobierno?
—El gran desafío es crecer, y es donde yo no veo por dónde. Oddone lo ha dicho muchas veces: deberíamos crecer más de 3%, y venimos de crecer al 1,1% en los últimos 10 años. En un reciente evento, Ignacio Munyo mostró que en los 40 años de democracia el crecimiento fue 2,9%, pero con un escenario externo neutro solo fue de 1%. Con viento de cola fue 5,9% y con viento de frente –2,1%. Entonces, si no recibís viento, ni bueno ni malo, ¡crecés al 1%, como venís creciendo hace 10 años! En un escenario como hoy se prevé —con una geopolítica mundial potencialmente con más proteccionismo; un vecindario complicado; con un dólar más fuerte; quizás con tasas más altas y materias primas menos apreciadas; que arrancás con un tipo de cambio real malísimo y un país carísimo que obliga a subsidiar la inversión al que trae los dólares—, no veo por dónde vamos a crecer al 3% durante cinco años. Uruguay es un velero que no tiene motor, porque no hicimos las reformas que le darían motor.
—El diagnóstico de Oddone está en esa línea y plantea hacer reformas en el sector no transable, abrir la economía e introducir eficiencias en el Estado. ¿No le tiene fe desde el punto de vista político para la capacidad de ejecución de todo eso?
—A su agenda no es que le tenga fe, la comparto. Durante 15 años compartimos la entrevista de fin de año en Radio Sarandí y parecíamos los sobrinos del Pato Donald.
Si la puede llevar adelante, bueno, si hay gobernantes suficientemente pragmáticos como para entender cómo deben ser las cosas, va a conseguir una espalda que en sí mismo políticamente no tiene, como sí la tenía Danilo, claramente, o la tenía un (Alejandro) Atchugarry, un Luis Mosca o un De Posadas. Pero eso no lo podemos saber.