Daniela tiene un recuerdo parecido sobre el instante mismo del caos, esas cuadras como si fuera a bordo de un avión por despegar, a contramano y en bajada por Avenida Brasil. “El chofer dobló con intención, tenía la intencionalidad. No fue que se quedó sin frenos ni que fuera a esquivar algo. Apretaba el acelerador. Yo le agarro las manos a Sandro, nos miramos y fue un ‘ya está, nos damos contra algo y que sea lo que sea’”. Había 13 pasajeros más. Recuerda el griterío de todos. “¡Pará, hijo de puta, nos vas a matar, pará!”. “¡¿Qué hacés?!”. Algunos se arrimaron hasta las puertas y pedían por favor que les abriera. Tocaban inútilmente el timbre. Gritaban. Una joven que también se había subido apenas unas cuadras antes se paró y trató de hablar con el chofer. Estaba desesperada. La escena quedó registrada en las cámaras de seguridad del ómnibus. “¡Frená, frená, por favor!”, le grita. El chofer le hace gestos como para que se calme mientras manipula con rapidez y pericia una botonera al lado del volante. Las cámaras muestran cómo otro pasajero, un joven con una mochila, se acerca a la muchacha para sumarse al ruego exasperado al chofer. Le gritan que pare. En su desesperación, haciendo equilibrio para mantenerse en pie, el muchacho lo intenta tomar del brazo, pero el conductor lo aparta con otro gesto. Y los dos pasajeros se van juntos, corriendo por el pasillo, a esperar el choque. Nadie sabía bien qué hacer. Daniela se puso sobre el borde del asiento, casi en cuclillas, la cabeza escondida en sus brazos. Sandro se agarró con fuerza de los asientos de adelante. Silvia se aferró a uno de esos tubos verticales que conectan con los pasamanos. “Que sea lo que Dios quiera”, pensó. Y esperó el impacto. Graciela, una señora de 66 años, había cerrado los ojos, pero después los abrió para ver si era la única que volaba de su asiento. “Pero no, los abrí y vi que estábamos todos volando como muñequitos”. El ómnibus pasó a más de 100 kilómetros por hora al lado de una plazoleta a metros de la calle Benito Blanco, cruzó otro cantero, atravesó de lleno un muro de la rambla y pegó un salto sobre las dunas de arena hasta detenerse sobre la orilla de la playa Pocitos. El reloj que está sobre la rambla y Avenida Brasil marcaba las 7:26.
Destino playa: un 121 en la arena de Pocitos
Todavía estaba tranquilo el barrio de Pocitos a esa hora de la mañana del sábado 26 de octubre. La ciudad empapelada de política. Era el último día antes de las elecciones nacionales. El fervor de la campaña electoral en su punto de ebullición. La esquina de Avenida Brasil y la rambla es uno de los más codiciados epicentros de propaganda partidaria. Y esa era una jornada especial para el lucimiento de la militancia, que recién empezaba a desperezarse. Había unos pocos militantes del Partido Nacional aprontando sus cosas en locales cercanos. Y afortunadamente todavía nadie en un gazebo del Partido Colorado sobre la rambla, a escasos metros de donde pasó rapidísimo el 121.
A Ana no le tocaba trabajar ese sábado por la mañana. Pero tuvo que cubrir a su compañera en una farmacia en la esquina de 26 de Marzo y Avenida Brasil. Se tomó el 181 en la zona del Hospital de Clínicas y cuando faltaban unas cuadras miró su reloj y vio que era demasiado temprano. Y que la jornada primaveral invitaba a estirar un poco las piernas. Entonces prefirió bajarse en la calle Gabriel Pereira, comprarse unos cigarrillos en un minimercado y bajar hasta la rambla para ir caminando tranquila. Quizás no tan tranquila. Cuando fue a cruzar para subir por Avenida Brasil sintió un ruido brutal y vio pasar algo tan veloz que la dejó paralizada. El ómnibus le pasó zumbando. “No me atropelló y estoy viva porque tengo un Dios aparte”, cuenta. En ese momento justo venía por la rambla un patrullero policial, que detuvo su marcha porque el semáforo estaba en rojo. Los policías vieron pasar el bólido. Detrás de Ana, caminaba un empleado del bar Expreso Pocitos. Se miraron incrédulos. Cuando el ómnibus encalló en las aguas del Río de la Plata, salieron corriendo a ayudar.
Sandro nunca perdió el conocimiento. El tremendo salto que pegó el ómnibus sobre las dunas lo hizo volar hasta el techo, se golpeó fuerte en la espalda y volvió a caer en el mismo lugar. En ese momento no tuvo dolor. No sentía nada. Lo único que podía mover eran sus brazos. Pero estaba bien consciente. Le gritaba al chofer. “¡Me quisiste matar, hijo de puta!”. Agarró su celular y le mandó un mensaje de audio por WhatsApp a su hermana, que trabaja en la misma clínica adonde estaba llegando tarde. “¡Este hijo de puta me quiso matar!”, le dijo en el audio. Sandro estaba tirado en el pasillo. Fue el último en salir. “Pensé que no caminaba más, lo único que movía eran los brazos. Yo estaba recontraperseguido: ‘este me explotó la columna’, decía”. Se había quebrado una vértebra en la región lumbar.
Daniela quedó entre los dos asientos. Quiso moverse hasta el pasillo, pero las piernas tampoco le respondían. Se arrastró como pudo hasta el escalón cerca de la puerta. Sentía un dolor terrible. “Yo ya veía que no era un golpe, que era algo más importante”. Al igual que Sandro, tenía fracturada una de sus vértebras. Adentro del ómnibus, el llanto, los gritos de lamento y muchos insultos al chofer, que salió despedido por el parabrisas. Afuera, varias personas haciendo fuerza para abrir las puertas y socorrer. Entre ellas, un joven sin techo que dormía en las dunas y vio pasar volando el 121 por encima suyo. También estaba el exministro de Defensa y actual senador del Partido Nacional Javier García, que justo paseaba a su perra por la rambla y fue de los primeros en prestar auxilio. Y Ana, que postergó su trabajo en la farmacia, para ayudar en lo que pudiera. Una de las primeras pasajeras en salir fue la muchacha que aparece en las cámaras del ómnibus rogándole al chofer que se detenga. Estaba en shock. Aterrada. “Logré que se sentara conmigo, que respirara. Me pedía por favor que no le soltara la mano”, recuerda Ana. Daniela fue otra de las pasajeras a la que Ana le dio contención. La asistió mientras esperaba tumbada en la arena la llegada de los móviles de emergencia. Todo era caos. Ya había algunos efectivos policiales y personal de prefectura. Las primeras ambulancias demoraron poco menos de cinco minutos en llegar. Los bomberos arribaron a las 7:46. Daniela, paralizada por el dolor, le dictó de memoria a Ana los celulares de su hija y de su esposo y le pidió que le avisara del accidente. Demoró en contactarlos. Cuando lo hizo les dio la noticia. Llena de ira, la hija de Daniela llamó a Cutcsa. “¡¿Cómo pueden tener a un anormal así manejando un ómnibus?!”. La respuesta que le dieron desde la empresa fue que el conductor se había desvanecido. Unas horas más tarde, empezarían las especulaciones en los portales informativos y las redes sociales: desde las fallas mecánicas hasta un infarto o un derrame cerebral del chofer. Nada de eso ocurrió.
Silvia, que se había tomado el ómnibus dos paradas antes del descontrol, quedó tirada en el pasillo con una fractura de tibia en espiral. Estaba consciente. La ayudó a salir el joven que estaba durmiendo en la playa. El muchacho, que quería auxiliar a los que estaban más heridos, la vio bien y le preguntó: “¿Podés salir sola o te ayudo?”. Susana quiso pararse y sintió el crack crack de sus huesos. Imposible. El joven la sacó, la sentó en la arena y fue a buscar más gente.
Ya casi sobre las ocho de la mañana, media hora después del accidente, los agentes policiales empezaron a vallar el lugar. El alférez Heber Pérez, de la División Investigaciones de la Prefectura Nacional Naval, estuvo a cargo de la preservación de la escena y de recoger los datos e información de todos los que iban a bordo. A las 10:10 de la mañana, telefoneó a la Seccional 10a para solicitar una inspección pericial a la Policía. El documento del informe técnico de la inspección, firmado por el oficial Marcelo Noguera, concluyó cuestiones básicas, como que el ómnibus circuló a contramano hacia el sureste y que no identificaron indicios y/o evidencias en la escena que indicaran la participación de otro vehículo o de un tercero en el suceso.
Alrededor de la una de la tarde empezaron los trabajos con una retroexcavadora para retirar al ómnibus. Y a las 15.15, un remolque de Cutcsa apoyado por tres camiones de la misma compañía retiraron el coche y lo llevaron a sus galpones mecánicos para hacerle las pericias. No había ni un perito ni ningún actuario del Poder Judicial en la escena. Entre los abogados que entienden en estos temas de seguros y siniestros de tránsito, hay un solo concepto sobre este punto: incredulidad. “Yo en 20 años nunca pude llevar un auto a los depósitos de las empresas de seguro. Siempre quedaba en la seccional policial precisamente para salvaguardar y que nadie le cambiara nada. Y eran autos particulares. ¡Acá lo sacaron los de Cutcsa y se lo llevaron a los talleres de Cutcsa!”, comentó a Búsqueda uno de ellos, que pidió mantener su anonimato.
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Dos niños juegan cerca del ómnibus en la playa de Pocitos.
Nicolas GARCIA / AFP
“Fue un atentado”: la impotencia de las víctimas y el silencio de Cutcsa
Es martes 25 de febrero de 2025. El mediodía ofrece una de esas jornadas de calor bochornoso, agobiante. Sentado en su pequeño living comedor, con una ventana que da a la vereda en el Barrio Sur, Sandro, de bermudas y con una musculosa del club Goes, busca refresco en un ventilador y en recurrentes vasos con agua. Todavía está convaleciente después de una operación de riesgo para unir sus vértebras lesionadas. Tiene 47 años, es deportista, hace boxeo, fútbol, bicicleta, pero ahora se mueve con dificultad y dolor. Tiene seis tornillos y una placa en su espalda. La televisión está prendida a la hora de los informativos. Falta un día para que se cumplan cuatro meses exactos del siniestro y mientras habla con Búsqueda justo lo distrae en la pantalla un informe sobre nuevas audiencias judiciales por el caso Cutcsa. Ve por enésima vez las imágenes, el ómnibus saltando sobre las dunas. Y aparece el testimonio de Silvia, la pasajera que se quebró la tibia, y dice algo que llama su atención: no hay un día que no se acuerde de lo que le pasó, quedó con un estrés postraumático. “Ahora se me pasó un poco, pero tuve lo mismo”, asegura. “A veces tengo que subir a un ómnibus y no me da. Y si subo y van medio rápido me viene como un ataque de pánico. La otra vez me tomé uno, iba rapidísimo y me tuve que bajar. Ahora se me pasó un poco, pero a lo primero fue bravo. En el hospital me despertaba asustado. En el primer mes me hacía mucho la cabeza”.
Pero más allá de eso, hay dos cosas que lo tienen mal y nervioso a Sandro: una es que necesita volver a trabajar y la otra es que no puede creer que el chofer esté “tomando mate en su casa”. Hoy Sandro vive de un seguro del Banco de Previsión Social que no supera los $ 15.000 por mes y de lo poco que le queda de las colectas que le hicieron sus compañeros del fútbol y la clínica. “Estoy como loco porque necesito volver a laburar”, dice, mientras mira en la pantalla de la televisión las imágenes del siniestro, al chofer en primer plano y al volante. “Estoy quemado con la Justicia, que dice que se durmió el hombre. Ahora no vamos a arreglar nada. Ya lo que pasó pasó. Capaz que tuvo un mal día, pero hubiera dicho: ‘bájense, que me voy a matar’. Y sí, matate solo. Yo qué tengo que ver si estás loco. No tengo rencor, no gano nada, pero espero que la Justicia se haga cargo. Fue un atentado. Nos quiso matar a todos, una locura. Pasa en otro país y el tipo está en cadena perpetua. Y está en la casa, ¡es increíble que esté en la casa!”. Sandro estuvo internado en la mutualista Asociación Española, la misma en la que fue asistido el chofer y aproximadamente durante los mismos días. Dice que en ningún momento de toda su estadía recibió un mensaje o visita de alguien de Cutcsa para interesarse sobre su estado de salud.
El abogado de Sandro es Gumer Pérez, que desde el inicio de este caso ha sido uno de los más críticos con la empresa. En diálogo con Búsqueda, Pérez cuestionó que Cutcsa haya mantenido en su plantilla a un chofer que “no estaba en condiciones” de estar al volante de un ómnibus. El abogado plantea un juicio civil, para que haya una indemnización económica para Sandro, y uno penal, para encarcelar al conductor.
Daniela y Silvia se conocieron después del accidente. Las unió la tragedia y la penuria de tener entre las dos unos 17 tornillos en distintas partes del cuerpo. Silvia tiene siete en una de sus piernas y Daniela 10 en su columna. A cuatro meses del siniestro se hablan casi todos los días para darse ánimo y contención, para sobrellevar la convalecencia física y el trauma mental después de ese último sábado de octubre. Las dos le hicieron una demanda civil y penal a Cutcsa. “La gente después dice: ‘Ah, estas quieren plata’. No queremos dinero, queremos justicia”, dice Daniela. “Me indigna que el chofer esté en su casa”, agrega.
“Fue un atentado”, repiten a coro.
A Graciela, la señora de 66 años que vio volar a todos como “muñequitos”, se le hace especialmente difícil hablar de este asunto. Se fracturó una pierna, que necesitará luego una prótesis de rodilla, tiene dos vértebras quebradas y dice que aún no la operan porque es una intervención riesgosa. Es usuaria de la Administración de Servicios de Salud del Estado (ASSE). Le mandaron usar una faja ortopédica. Le salió $ 16.000 y los tuvo que pagar de su bolsillo. “Mis días son pasar muy dolorida, no poder dormir. Todo es una lucha y te deja el ánimo muy caído”. Esa mañana de sábado iba a abrir su kiosco de diarios y revistas sobre Benito Blanco y Avenida Brasil. Ahora el kiosco, su única fuente de ingresos, está cerrado. “Lo cerré porque no podía enseñarle a una persona de un día para el otro. Yo me levantaba a las cinco de la mañana para ir a buscar los diarios y después abrir el kiosco. Aunque repunte, no creo que mi ánimo dé para volver a hacerlo”. A Graciela se le quiebra la voz. Pero sigue: “El dolor es constante, día y noche, el de la pierna y el de la columna. No puedo sentarme, solamente si me pongo la faja, unos 45 minutos, más no aguanto”.
Entre los 15 pasajeros del ómnibus, viajaba Karina, de 55 años. Karina fue la que quedó más grave tras el siniestro. Estuvo internada en el CTI hasta que murió el 2 de noviembre. Es la única pasajera fallecida. Y Miguel, su viudo, fue uno de los primeros en acordar una reparación económica con la empresa Cutcsa. El abogado, Leonardo Narancio, se presenta como experto en accidentes de tránsito. En diálogo con Búsqueda, el abogado explicó que si bien Uruguay adhirió a la Convención de Varsovia, que fija el monto de la vida humana que se pierde en siniestros áreos, terrestres o marítimos, en algo más de US$ 100.000, no hay en el país un leading case, un caso modelo que se aplique para fallecimientos en accidentes de tránsito. Los jueces dictan sentencias a su juicio “irrisorias” que varían entre los US$ 17.000 y los US$ 25.000. En este caso, la empresa le terminó pagando al viudo de Karina US$ 30.000.
La “somnolencia” del chofer y las nuevas pericias pedidas
El chofer se llama José Antonio y tiene 65 años. Según la pericia psiquiátrica del Instituto Técnico Forense, desde los 14 años tiene el diagnóstico del síndrome de Klinefelter, una afección genética que se presenta en los hombres cuando tienen un cromosoma X extra. Tiene un tratamiento hormonal de testosterona y consume también diversos medicamentos para controlar una hipertensión arterial, una hiperplasia prostática y una trombosis venosa. No tiene antecedentes psiquiátricos en su familia. Empezó a trabajar en Cutcsa a los 18 años e iba cumplir 47 años en la empresa el 14 de diciembre de 2024. Trabajó siete años como guarda y 40 como conductor. José aquel sábado salió desde la planta José Añón a las 04.24 de la madrugada.
Antonio dio tres versiones sobre el accidente. La primera, entrevistado en la puerta de emergencia, fue que se quedó sin frenos. La segunda, en consulta con una psiquiatra mientras estaba internado, es que no recordaba nada desde minutos antes hasta que se despertó en el sanatorio. Y la tercera es que no tenía memoria alguna desde las 6.10 de la mañana, cuando hacía el circuito a Ciudad Vieja —más de una hora antes del accidente— hasta que se despertó en el CTI. Los peritos judiciales Gabriel Barreiro y Álvaro Trindade concluyeron que “antes de situarse a contramano por Avenida Brasil, condujo bajo un estado de fatiga y somnolencia, sin presentar una patología mental alienante que le alterase su juicio crítico o impidiese reconocer su situación”. A criterio de los peritos, cuando cambia de senda y agarra a contramano “se duerme, no logrando un estado de plena vigilia al despertar, viéndose limitada su capacidad de discernimiento y respuesta al medio ante las circunstancias acaecidas, no siendo cabalmente capaz de comprender el carácter de sus acciones”.
El chofer fue dado de alta a mediados de noviembre. Desde está en su casa con medidas restrictivas dictadas por la Justicia.
El martes 11, El Observador publicó que el abogado Rafael Silva, que patrocina a ocho pasajeros lesionados, solicitó a Fiscalía que cite a declarar a los peritos que realizaron esta pericia psiquiátrica. Entre los abogados hay “dudas” sobre los resultados del informe. El fiscal a cargo, Leonardo Morales, renunció al caso para jubilarse. Y la fiscal que lo tomará, Sandra Fleitas, dijo a Búsqueda que asumirá su nuevo puesto a fines de esta semana y que por ahora desconoce la causa y su estado de situación.
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El ómnibus en la playa de Pocitos.
Nicolas GARCIA / AFP
Ese sábado 26 de octubre, cuando el 121 terminó en la playa de Pocitos, el presidente del directorio de Cutcsa, Juan Salgado, estaba internado en un sanatorio para una intervención de vesícula. Dice que por eso se demoró en dar una respuesta oficial de la empresa sobre el accidente. El comunicado lo redactó él mismo desde el hospital y se publicó el jueves 31, cinco días después del siniestro. “Expresamos nuestra muy profunda preocupación y solidaridad con todas las personas afectadas, a quienes deseamos una pronta y total recuperación”, dice, y agrega que “cualquier declaración adicional podría basarse en especulaciones y no contribuiría con el desarrollo de la investigación en curso”. Consultado por Búsqueda, Salgado explicó que “a veces comunicarse” en un evento de estas características “puede ser interpretado como una presión”. “Le dimos el tiempo necesario por respeto a la persona que falleció y a los heridos y al momento de todos los pasajeros”. También señaló que, como ocurre “desde hace 50 años”, la defensa en los accidentes de tránsitos queda a cargo del estudio del abogado Andrés Scavarelli. “Y una vez que el tema pasa a la Justicia, tratamos de ser muy respetuosos, esperando que haga todas las diligencias”.
Salgado argumentó que el hecho de que el ómnibus haya sido remolcado por Cutcsa hasta sus galpones se debió a que “no había otro lugar” en una dependencia judicial para mantener el coche, pero que de todas formas hubo “garantías” para “salvaguardar” cualquier acción de un tercero sobre el vehículo. También contó que él mismo probó luego el sistema de frenos en un ómnibus similar y confirmó que tiene tres sistemas de frenado que hacen “imposible” que se haya quedado sin frenos. Dijo que Cutcsa está “atendiendo” las demandas civiles, arreglando con los abogados montos económicos incluso con pasajeros que tuvieron lesiones menores. “Nada más ni nada menos de lo que Cutcsa hizo desde su existencia”, afirmó.
¿Y si no hubo una falla mecánica, que pasó? Salgado dice que no sabe, que todavía no le encuentra explicación, pese a que espera una definición de la Justicia y le dio respaldo jurídico a un conductor con 47 años en la empresa y un “legajo limpio”. “Lo conozco hace tiempo. Los medicamentos que toma son los de una persona de 65 años, ninguno que le afectara su atención. Sus turnos eran normales”, aseguró.
¿Y entonces qué pasó ese sábado 26 de octubre? Salgado piensa unos segundos antes de contestar: “Yo creo que ni él lo sabe. Es una incógnita para todos”.