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    Gases del oficio: lo último de Francis Ford Coppola

    Megalópolis era una megaidea acariciada durante años, un megaproyecto de esos que necesitan una montaña de dinero para concretarse, y el resultado es un monumental fracaso plagado de efectos especiales, fastuosidad y ventosidad

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    Sucede a menudo: alguien se tira un pedo más grande que el culo. En este caso, fue Francis Ford Coppola, capo en serio, genio del cine que no necesita demasiada presentación. Su última película, Megalópolis, era una megaidea acariciada durante años, un megaproyecto de esos que necesitan una montaña de dinero para concretarse, una megafantasía en la que se compara la caída de Roma con la de Nueva York, es decir, la caída del Imperio romano con el imperio capitalista. Y el resultado es un monumental fracaso plagado de efectos especiales, fastuosidad —y ventosidad— en los diseños escenográficos, gancho visual en cada escena, un elenco repleto de estrellas (Adam Driver, Nathalie Emmanuel, Giancarlo Esposito, Jon Voight, Talia Shire, Shia LaBeouf, Dustin Hoffman, Larry Fishburne), un tiempo que se puede detener si sos un arquitecto visionario, montañas de extras, sexo, poder y traiciones, ruido, luces y sorteos, pero nada de sustancia, todo tan ambicioso como hueco, donde el desastre ya se palpa en las primeras secuencias. Es como el juguete que sale de un enorme y atractivo envoltorio, le ponés las pilas, anda unos segundos, enciende unas luces y al toque se detiene porque sencillamente no tiene más nada para dar.

    Coppola ya había practicado elefantiásicos proyectos, como las tres entregas de El padrino y, sobre todo, la imponente Apocalypse Now. No se puede decir que el tipo era un advenedizo en esta cuestión de tirarse épicas ventosidades, que no tenía experiencia ni había aprendido de los golpes que te da la vida. Estaba acostumbrado —y curtido— a los riesgos, a manejar enormes sumas de dinero, a discutir y pelear con los productores y ejecutivos de Hollywood, a rebelarse contra los plazos de rodaje, a cambiar, reponer e improvisar sobre la marcha, a dar quiebra y renacer. Es Coppola, tiene una considerable cantidad de estatuillas de la Academia y una buena lista de obras maestras, donde también debemos destacar La conversación y La ley de la calle (Rumble Fish).

    Está bien, hay películas que no le han salido como debían salirle, como Cotton Club o Drácula, pero en el naufragio algo siempre quedaba. También tuvo ambiciosas y fallidas, caso de Tucker, el hombre y su sueño. Pero dentro del fracaso, algo te llevabas, al menos una recordada actuación de Jeff Bridges.

    Otro tanto le ocurrió cuando dio quiebra tras jugarse todos los boletos, empeñar su casa, los estudios Zoetrope y no sé cuántas joyas familiares (las caravanas de oro de la abuela, el reloj del Oeste del abuelo) para filmar One From the Heart, un musical que resultó un desastre comercial, pero es —la he vuelto a ver hace unos días en Mubi— una estupenda y creativa película. Sucede muchas veces: desastre de taquilla pero gran obra al fin.

    Megalópolis, escrita, producida y dirigida por Coppola, y dedicada a su esposa Eleanor, fallecida en abril de este año, es un dineral tirado a la basura. Un cruce de géneros (ciencia ficción, drama, thriller) que, de tanto que se cruzan, no son nada. Antes se decía, despectivamente, una película de cartón. Hoy, en la era digital, de 4K, deberíamos decir, de ka-ka. Diálogos pretenciosos (todos los personajes tienen nombres del tipo César, Cícero, Crasus, Clodio, ¿captan la idea?), un arquitecto vanguardista que va contra el alcalde corrupto y está a punto de arrojarse desde el edificio Chrysler (o un rascacielos muy parecido), una voz en off que narra con desplante dramático, en plan Shakespeare, la caída de una civilización ultraambiciosa que va tras el dinero (bueno, Coppola necesitaba dinero, y mucho, para hacer esto), un mundo despiadado, sin salida, y por si no quedara claro el mensaje de peligro para la humanidad, un par de imágenes documentales de Hitler y Mussolini. Cuando no sabés qué hacer, metés un poco de Hitler y Mussolini y queda bien picante la comida.

    Dicen que vendió gran parte de sus viñedos para concretar Megalópolis, que nace allá por los 80, comienza a caminar en la alborada del siglo XXI y, finalmente, se concreta —y se estrella— en 2024.

    Muy probablemente, algunos familiares, allegados o gente vinculada al buen vino le habrán dicho:

    —Che, Francis, ¿te parece vender los viñedos? ¿Por qué no hacés algo más chico y ajustadito, si acaso un policial?

    Respuesta segura:

    —¡Fuera de mi camino, insecto!

    La cosa venía mal, es cierto. Tetro, la película que rodó en Argentina, era una porquería. Capaz que toda la familia esperaba que el viejo se saliera con la suya una vez más. Lo reconozco: yo también hubiese apostado por este otrora gordo genial de 85 años, y digo otrora porque ya no es gordo y capaz que tampoco genial. Pero bueno, se jodió la comida: tremenda receta, cantidad de elementos, 10.000 pasos para llegar y cero gusto. Por si no quedó claro: una bosssta la última de Coppola.