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    Partidos, tradiciones, elecciones

    Voy a decirlo del modo más delicado posible: en esta elección los principales partidos están descuidando sus propias tradiciones

    Columnista de Búsqueda

    Tengo el privilegio de tener a José Rilla a mano. Lo tuve de profesor, hace muchos años, y desde hace algún tiempo lo tengo de vecino, en el Departamento de Ciencia Política de mi facultad. Lo escuché muchas veces decir que los partidos uruguayos descuidan, y hasta olvidan, sus tradiciones. De hecho, dedicó su espléndida tesis de doctorado, recogida en el libro La actualidad del pasado, a discutir diversos momentos de la trayectoria de este asunto. El libro se publicó en 2008. Pero tengo la impresión de que nunca hemos tenido tanta evidencia para darle la razón como en esta campaña electoral. Habrá que pensar por qué está pasando. Habrá que preguntarse qué papel juega la competencia electoral. Habrá que interrogarse acerca de cómo influye el cambio generacional en las elites políticas. Habrá, también, que mirarse al espejo y preguntarse qué responsabilidad nos toca a nosotros, los otros, los que hablamos cotidianamente sobre la política (politólogos, encuestadores, periodistas, expertos en marketing, asesores). Son muchas preguntas que todavía no tienen respuestas claras. Pero me parece difícil no admitir el diagnóstico. Voy a decirlo del modo más delicado posible: en esta elección los principales partidos están descuidando sus propias tradiciones.

    Empiezo por la campaña del Frente Amplio (FA). No cuida su tradición un partido que cambia de discurso bruscamente. Los cambios bruscos de discurso desconciertan a votantes y militantes. Durante cuatro años la estrategia pública del FA fue clara: oposición sistemática. El liderazgo de Fernando Pereira, desde este punto de vista, fue clave. La excepción más notoria, desde luego, fue José Mujica. La manera más simple de registrar el contraste entre ambas actitudes es repasar el debate entre ellos en tiempos de la sequía. Mujica dijo “nos dormimos todos, compartamos la responsabilidad”. Pereira, por su lado, discrepó con esa visión y agregó: “El problema es pensar que Mujica es un dios”. Por cierto, el FA no tuvo la misma actitud de crítica monolítica en el Parlamento. Hubo votos de legisladores frenteamplistas en distintos momentos (hasta en numerosos artículos de la Ley de Urgente Consideración). Pero, desde que Yamandú Orsi (una persona con buenos instintos y mejores intenciones) es el candidato a la presidencia, el discurso del FA experimentó un giro sorprendente. Asistimos, y a toda máquina, al clásico “viraje al centro”. ¿Pero cómo viven los frenteamplistas este cambio de tono? La designación de Gabriel Oddone (uno de los economistas más respetados del Uruguay) como ministro de Economía y Finanzas de un eventual gobierno frenteamplista tiene la misma lógica centrípeta y el mismo efecto desconcertante entre el frenteamplista mediano. Si el FA no hubiera enfrentado tanto al gobierno durante cuatro años, Orsi no hubiera precisado acudir a esta designación para calmar mercados y tender puentes hacia el mundo empresarial. Dicho sea de paso, Oddone fue el único que, sin perjuicio de señalar matices, afirmó públicamente que la nueva ley de seguridad social aprobada en 2023 “es mejor que lo que había”.

    Sigo con la campaña del Partido Nacional. Descuida su propia tradición un partido que decide incluir en su fórmula presidencial a una persona, por valiosa que sea, que carece de trayectoria en él y que se posicionó públicamente en reiteradas ocasiones contra políticas del gobierno que lidera Luis Lacalle Pou. En el caso de Valeria Ripoll me pasa exactamente lo mismo que con Gabriel Oddone. No tengo ningún problema personal. Es más. Me pareció muy valiente su decisión de hacer sindicalismo sin pertenecer a ningún partido. Y sigo lamentando que haya abandonado ese lugar. Mi crítica es a quienes, a instancias de Álvaro Delgado (que brilló durante la pandemia y es un dirigente político responsable), tomaron la decisión de incluirla en la fórmula presidencial. En aras de un hipotético beneficio electoral desconcertaron y desanimaron a quienes, desde hace mucho tiempo, mantienen la llama de la tradición encendida. Los blancos, desde siempre, hacen un esfuerzo extraordinario por sostener la mística. Hacen muy bien. Ningún partido “vibra”, al decir de Fernando Rosenblatt, sin recordar sus traumas (la lucha por la libertad) para activar el componente emocional. Además, han generado reglas internas para favorecer la militancia juvenil, como las elecciones de jóvenes. Son miles de dirigentes y militantes, en todo el país, que soñaron y sueñan con ocupar el cargo en el que aterrizó Ripoll. Es lógico que se hayan molestado. Ahora, hacen de tripas corazón y militan por una fórmula experimental.

    Sigo con los colorados. Estamos frente a otro caso de descuido de la tradición. Hace meses Andrés Ojeda (un político valiente y de indudable talento) dijo: “Mi principal referente de la política nacional es Luis Lacalle Pou”. La frase llamó la atención y provocó un fuerte debate. Por un lado, logró el efecto buscado: permitió que el candidato tendiera un puente hacia los votantes nacionalistas, que también viene siendo aprovechado por Pedro Bordaberry. Por otro lado, fue una frase muy desafortunada si se la examina desde el punto de vista de la tradición colorada. No precisaba llegar tan lejos para hacer una guiñada a quienes simpatizan con el presidente. Hay otros ejemplos. Ojeda dice todo el tiempo “soy lo nuevo”. Desde mi punto de vista, pensando en la tradición colorada, hubiera sido preferible que dijera “soy lo nuevo en un partido muy viejo”. Ojeda no está compitiendo en Ecuador, donde no existen los partidos. No está compitiendo en Argentina, donde Milei tuvo que inventar una marca, en el contexto de una crisis general del sistema político. Está compitiendo en Uruguay, un país en donde, como brillantemente dijo hace un tiempo Ignacio Zuasnabar refiriéndose a nuestros partidos, “todavía existen los dinosaurios”. En el fondo, lo que hace distinto a Uruguay de Ecuador y de Argentina es la política. Logramos, al cabo de un largo viaje, construir buena política. Y una de las claves centrales de la buena política son los partidos fuertes. Y no hay partidos fuertes sin conciencia de la importancia de preservar la identidad del partido. Desde luego, esto no quiere decir que haya que seguir haciendo política como hace 30 años. Esto no quiere decir que no haya que tomar nota de los cambios sociales. Al contrario. Los partidos que sobreviven son los que logran irse adaptando a los cambios del entorno, conciliando lo nuevo y lo viejo. Es cierto, la gente va más al gimnasio y tiene más mascotas. Simplemente, habría que hacer todo eso con más cuidado. El celeste en la propaganda de muchas listas coloradas, en este sentido, un atajo temerario.

    Se dirá que todas las decisiones que cuestiono siguen el manual electoral convencional. Bueno, en ese caso, es tiempo de discutir el manual. Si seguimos por este camino, corremos el riesgo de exterminar a nuestros dinosaurios. La política, en ese momento, dejará de ser una competencia seria entre partidos con ideologías diferentes. Se habrá convertido en una elección entre personas más o menos llamativas. Y nuestra democracia habrá retrocedido demasiados casilleros.