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    domingo 07 de julio de 2024

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    ¿Ripoll sí? Ripoll no

    Se terminó la primera etapa del ciclo electoral 2024-2025. Las encuestadoras hicieron un trabajo sobresaliente. No hubo sorpresas respecto al resultado más importante: Yamandú Orsi, Álvaro Delgado y Andrés Ojeda se impusieron sobre sus rivales. En cambio, sí sorprendió el crecimiento de la votación del Frente Amplio, que contrastó con el descenso de la de los partidos que componen la coalición de gobierno. Por otro lado, la jornada electoral dejó una luz amarilla encendida porque el porcentaje de participación de la ciudadanía terminó siendo el más bajo desde que se puso en práctica la reforma electoral de 1997.

    Durante la noche del domingo existió una gran expectativa sobre cómo se conformarían las fórmulas presidenciales. Los colorados se lo tomaron con calma y prefirieron esperar los resultados finales, postergando la decisión 24 horas. El Frente Amplio (FA) logró cerrar la fórmula y hacer un acto conjunto tal como indica el manual. La gran sorpresa de la noche fue la designación de Valeria Ripoll como candidata a la vicepresidencia del Partido Nacional (PN). El tema ha generado intensas polémicas. Creo que vale la pena detenerse a analizarlo. Adelanto mi conclusión. Como suele pasar, hay buenas razones de ambos lados. Pero, sumando y restando, la decisión adoptada me da saldo negativo. Paso a explicar.

    Un comentario previo. Hasta donde podemos saber la idea fue de Álvaro Delgado, un dirigente con mucha experiencia que logró una excelente votación en la elección primaria y ha demostrado tener a lo largo de su carrera política olfato e imaginación. Sin ir más lejos, fue de los primeros en visualizar el potencial de Luis Lacalle Pou. Desde luego, Delgado, como cualquiera, puede equivocarse. Pero, viniendo de quien viene, tomando en cuenta sus credenciales, por sorprendente que sea, la propuesta merece ser tomada en serio.

    No son pocos ni irrelevantes los argumentos esgrimidos para incluir a Ripoll en la fórmula presidencial. El primero es que la gran diferencia entre los dos primeros le daba a Delgado el margen de maniobra necesario como para tomar un camino distinto al obvio (incluir a Laura Raffo). Hay varios antecedentes bien conocidos en la política uruguaya. Jorge Larrañaga, en la elección de 2004, prescindió del Herrerismo y designó a Sergio Abreu. Pedro Bordaberry, en 2009, propuso a Hugo de León y en 2014 a Germán Coutinho. Ernesto Talvi, al imponerse ampliamente sobre Julio María Sanguinetti, propuso a Robert Silva. Existe, por tanto, una práctica de 20 años que legitima el camino seguido por el dirigente nacionalista.

    Los fundamentos para elegir a Valeria Ripoll, además, son de recibo. Está claro que Delgado no buscó una persona que conformara a los militantes de su partido. Pensó en Ripoll considerando la competencia con el FA en octubre y noviembre.

    Según explicó en distintas oportunidades durante esta semana, considera que su compañera de fórmula puede contribuir a blindar la imagen de su partido respecto a algunas de las críticas más frecuentes que recibe desde la oposición frenteamplista, en particular, la de ser el gobierno de los “malla oro”, un elenco “patricio” sin sensibilidad social.

    Además, en la medida en que Ripoll no tiene una carrera política clásica (creció como figura en la actividad sindical), asumen que puede conectar mejor que otros dirigentes con ciudadanos ganados por la frustración. Se trata de una persona carismática y ciertamente contundente en la polémica política. Por último, argumentan quienes defienden esta decisión, no había tantas opciones en la medida en que, por distintas razones, se descartaron los nombres de Azucena Arbeleche y Daniel Salinas.

    La inclusión de Ripoll no fue improvisada. Delgado no da puntada sin hilo. Es posible que haya sido tan calculada como, hace cinco años, la de incluir a Beatriz Argimón. Sin embargo, tiene muchos problemas. El primero y elemental es que están teniendo que hacer un gran esfuerzo para explicar esta decisión. Si tienen que explicar tanto es porque está lejos de ser obvia.

    Y resulta especialmente difícil de entender para sus propios votantes, como quedó de manifiesto el domingo de noche. Se escucharon silbidos e insultos en un momento que, siguiendo el manual del sentido común, debió ser de festejo. Sonó raro en la militancia de su propio sector (la 404), peor en la de sus aliados más cercanos (la Lista 40) y como un agravio entre quienes apoyaron la precandidatura de Laura Raffo (como la 71 y Alianza Nacional). “Cambiar el paradigma” (como dijo Delgado), eligiendo a una persona que no es de la estructura partidaria, terminó siendo un balde de agua helada para los activistas. Congelar a la militancia no es la mejor forma de iniciar una campaña.

    El segundo problema tampoco es menor. La exclusión de Laura Raffo, si voy por la pista correcta, debilita al PN. Es más fácil entenderlo si se formula al revés. Incluyendo a Laura Raffo en la fórmula, Delgado hubiera contribuido a una mayor votación de los sectores que la respaldan. Y es bien sabido que los partidos alcanzan sus mejores performances electorales cuando tienen “alas” diferentes y potentes. Hubiera sido mejor para el PN favorecer la recuperación del viejo herrerismo, que tradicionalmente ha sido la fracción más a la derecha de los blancos.

    Me pregunto, siguiendo este razonamiento, si con esta decisión el PN no estará corriendo el riesgo de una fuga importante de votos por la derecha hacia los colorados. En la agenda de Raffo se destacaron dos temas: la gente de Alianza Nacional lanzó la iniciativa de los allanamientos nocturnos. Raffo, por su parte, elaboró sobre otro gran tema de la campaña de este año: la cuestión de cómo bajar el costo de producir y consumir en Uruguay. Desde luego, estos dos temas forman parte de la agenda de todo el PN. Sin embargo, tiene sentido que haya distintos sectores igual de potentes que lideren en distintos temas. Delgado no podrá hablar de todo. Si habla de todo, corre el riesgo de no decir nada contundente, es decir, que su mensaje no sea lo suficientemente efectivo en ninguno de los grandes asuntos en debate.

    A menudo, nosotros, los analistas políticos, pensamos de más. Caemos en la tentación de sobreinterpretar los movimientos en el tablero político. Con demasiada frecuencia buscamos estrategias sofisticadas donde no las hay, “leemos” cálculos cuando hay espontaneidad. Otras veces son los propios políticos los que piensan de más. Creo que esto es exactamente lo que acaba de pasar. Era más fácil hacer la lógica, unir al PN, potenciar las distintas fracciones con sus diferentes perfiles discursivos. Como siempre, el tiempo dirá.