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Javier García: "Soy igual al Sr. Burns. El que descubrió el parentesco es un crack"

Edad: 60 • Ocupación: Senador por el Partido Nacional, exministro de Defensa • Señas particulares: Sale a caminar todas las mañanas; es hincha fanático de Nacional; consume stand up en el auto; es extremadamente puntual e irónico

¿A qué hora comienza su día? A las tres de la mañana. Mi mujer me quiere matar, me pongo auriculares y escucho Radio Mitre de Argentina, que tiene programas geniales. A las seis salgo a caminar, siete kilómetros ida y vuelta. Hago varios circuitos dependiendo del viento. Hacerlo de gorro me permite no quedar como un maleducado si no saludo, pero es que no me detengo a hablar, estoy haciendo deporte. Me despeja mucho. Vuelvo a casa a eso de las siete, me engancho con radios, ahora sí uruguayas, y leo los diarios.

¿Cocina? Yo cocino y hago las compras en casa. Domingo de feria, voy al puesto de Pancho hace 27 años. Acá trabajamos todos, entonces volvimos a la época de la escuela, preparo las viandas para que se lleven. Cocino todos los días de noche, me distrae. Mi mujer se dedica a otras cosas. Cada uno hace lo que sabe hacer.

¿Cuál fue su primer trabajo? Empecé a los 16 años como secretario de un oftalmólogo hasta el día que se jubiló. Pero mi papá, que después de estar desempleado un tiempo con mucho esfuerzo se puso a vender artículos de papelería y bazar, tenía a toda la familia colaborando con el armado­ de los paquetes para el interior. Nos instalamos en una pieza de la casa, una cocina que se transformó en depósito, y ahí todos hacíamos algo. Nos criamos en una cultura de trabajo y nadie se quejaba. Claro que mi viejo tenía que poner el grito en el cielo para que me levantara y ayudara a cargar el camión, pero le agradezco que me haya formado así.

¿Cómo recuerda sus días en la Facultad de Medicina? Soy de la generación del 83, entramos en una época muy fermental de lucha, más en la de Medicina, que era por de más militante. A la semana de entrar ya era delegado de generación. Fundamos CGU. Pero yo había empezado a militar antes, en bachillerato; me enamoré de la figura de Wilson, y eso que mis padres no eran blancos. Ya llevo 45 años de militancia.

¿Viene de una familia politizada? La discusión política estaba sobre la mesa. Eran momentos de mucha tensión, pero no había dirigentes políticos. Éramos de mucha sensibilidad social, gran parte de mi militancia fue en paralelo con la militancia social en los oratorios salesianos, trabajando con chiquilines en situación de vulnerabilidad. Mi hermano ya estaba metido con Wilson, pero era yo solito que iba a la biblioteca del Juan XXIII a pedir libros de Saravia­. Entraba y la bibliotecaria ya me separaba alguno. Me los leí todos, en plena dictadura.

¿Qué les falta a los discursos de hoy para enamorar? Lectura. Uno verbaliza lo que lee, lo que mastica en el intelecto. Hoy estamos mucho tiempo con el celular y se lee menos. Antes se dedicaban muchas horas a discutir con los libros, a debatir con uno mismo, y cuando se hace eso se ordenan las ideas. Ahora se habla con faltas de ortografía.

¿Le interesa conocer sus raíces, la historia de su familia? Mi abuelo era suizo y mi padre madrileño. Mis padres se conocieron en Madrid. Él tenía una óptica y un hobby un poco raro: se aprendía las fechas patrias de algunos países y pegaba banderas en la vitrina, entre ellas, la uruguaya­. Un día pasaron por la Gran Vía mis abuelos maternos con sus hijas, mi madre y mi tía, e hicieron lo que cualquier uruguayo hace si encuentra una bandera de su país en cualquier parte del mundo: entrar. Ahí fue amor a primera vista entre mi padre y mi madre, que se llevaban 11 años, 35 contra 24. Él falleció antes de cumplir 60 años de casados.

¿Y usted? ¿Tiene una linda historia de amor? Con Rossana llevamos 27 años de casados, estuvimos solo uno de novios. Ella es salteña, la conocí en la noche de las elecciones del 94, que fue muy pareja, con un escrutinio interminable. Era la una de la mañana, yo subí a una pieza que estaba sobre la sede y la vi. Eso fue en noviembre. Después la vi en algún que otro plenario de la lista, pero teníamos vidas distintas, aunque trabajaba acá en Montevideo­. El 24 de agosto del año siguiente se me ocurrió llamarla para salir a bailar en la Noche­ de la Nostalgia­. Me dijo que sí y hasta ahora no hemos parado.

¿Le gusta bailar? Me divierte un montón. Rossana tiene una serie de gorros y sombreros que usamos de cotillón, medio que me disfrazo. Los gurises me agarran para la chacota, y de repente le aparecemos así a ella, que está trabajando en la computadora. Pero la que sabe bailar es Rossana­, te baila hasta el Himno Nacional, yo la acompaño.

¿No le molesta que lo comparen con el Sr. Burns de Los Simpson? No solo tengo humor sino que me divierte que la gente lo tenga, entonces no me preocupa para nada. Es increíble, nunca vi Los Simpson­. Pero sé que Burns es un personaje malvado, lo miro y es cierto. Soy igual. El que descubrió el parentesco es un crack.

¿Es obsesivo con los detalles? Sí, sobre todo con el trabajo. Soy un workaholic total. Lo disfruto y soy muy detallista en las cosas a las que me dedico. Leo todo antes de firmar y, como mi abuelo, antes de cocinar me dejo preparado de un sábado para un domingo cada cosa ya picada en su pocillo. Tengo la cena programada de todos los días. Pero para otras cosas soy desordenado, mi esposa me critica mucho por dejar la ropa tirada. El escritorio es otra historia, no me lo ordenes porque pierdo.