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El terremoto fue pocos segundos después de las 20:30 horas del domingo 24. En las pantallas de los televisores se leyó en letras tamaño catástrofe: “Yamandú Orsi presidente electo”. Y ahí empezó a temblar todo en el comando de Álvaro Delgado, el candidato del Partido Nacional. Pasó un rato largo hasta que por fin fueron apareciendo los dirigentes blancos aturdidos por el impacto, confundidos, sacudiéndose el polvo de una derrota inesperada y así de rápida. Una que los dejó sin reacción. “Fue una pesadilla”, comentó a Búsqueda uno de los integrantes de la mesa chica del candidato. Otro, quizás menos optimista, graficó: “Un infarto en el medio de un cáncer”. Un hecho fulminante que cortó de cuajo una agonía posible, pero que todos preferían descartar en la previa.
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Es que el sentimiento de victoria —con algún intrusivo pensamiento de derrota— fluctuaba en forma permanente en la cabeza de los blancos en esa calurosa jornada electoral. Hay que decir que la gran mayoría esperaba el triunfo. Con cautela, con moderación, pero con genuino optimismo. Un envión más pasional que racional que elegía ponderar en su análisis la subvaloración de las encuestadoras en las elecciones de octubre, el burleteo a las ventanas de la coalición para que no se escapen demasiadas voluntades, y en la decisión final de ese porcentaje de indecisos que suele optar por el statu quo al momento de expresarse en las urnas. Pero no. “Casi todos nosotros creíamos que se iba a ganar por poco margen”, reconoció uno de los dirigentes más cercanos al presidente de la República, Luis Lacalle Pou.
El mandatario esperó los resultados en el piso 11 de la Torre Ejecutiva, junto a la ministra de Economía, Azucena Arbeleche, el secretario de Presidencia, Rodrigo Ferrés, y la prosecretaria Mariana Cabrera. La vicepresidenta, Beatriz Argimón, también estuvo un rato en la torre, pero sobre la hora de los resultados llegó al comando en Bulevar Artigas. Ingresó justo en el momento en que los canales anunciaban la victoria de Orsi. En el segundo piso del búnker se hizo un silencio demasiado pesado. Delgado se quebró al ver el llanto de sus dos hijas y estuvo un rato apartado del resto de los dirigentes con su familia. Fue todo vertiginoso. Hubo que salir de la conmoción inicial para empezar a coordinar la salida al escenario con el resto de los miembros de la coalición republicana. Había que dar el discurso de la derrota ante una militancia herida. “Todos queríamos salir rápido de eso”, señaló una de las fuentes. El senador Sebastián da Silva, notoriamente molesto, fue de los primeros en irse del comando. Ni el más pesimista pronosticaba una diferencia de casi 100.000 votos. Uno de los dirigentes blancos resumió: “Estábamos agarrados a una ilusión, a la mayoría silenciosa. No había nada”. Un terremoto.
“Estamos todos golpeados, pero con el ánimo intacto”, dijo el candidato, con buena parte de la dirigencia blanca y con todos los líderes de la coalición detrás suyo arriba del escenario. “Las elecciones se ganan y se pierden, una cosa es perder las elecciones y otra es ser derrotado. Nosotros no estamos derrotados”, enfatizó Delgado. Después habló sobre la gobernabilidad que le ofrecía al presidente electo y destacó la necesaria unidad de la coalición pese al revés electoral. “La coalición vino para quedarse”, afirmó antes de que cayeran las primeras gotas en una noche que arrancó despejada y terminó con tormenta.
El día después: a las cuchillas
Uno de los dirigentes blancos que estaba en el comando de Delgado en la misma noche de las elecciones fue testigo de algo que le revolvió el estomago. Escuchó cómo empezaban a aceitarse los engranajes de esa máquina de pasarse facturas y buscar culpables con el cuerpo aún demasiado caliente. Fue poco antes del discurso de la derrota. Ya ahí se sentía el rumor de las cuchillas bien cerca del candidato.
Al otro día del balotaje, hubo plenarios de distintas agrupaciones del Partido Nacional. Primer espacio para las reflexiones iniciales, los balances, la autocrítica. Emergieron varios asuntos. En la reunión del Espacio 40, el sector más votado dentro de los blancos, se hizo énfasis en que de alguna manera se perdió la “batalla cultural” contra el Frente Amplio, que logró instalar “relatos” sobre el gobierno que no fueron rebatidos con vehemencia por el oficialismo. En distintas conversaciones informales, en grupos de WhatsApp, y también en redes sociales, se empezaron a repetir las palabras tibio, tibieza. Muchos militantes y dirigentes se preguntaron si el partido no se había tirado demasiado al centro del espectro político, reclamaron más dureza para defender la gestión de Lacalle Pou y frenar el regreso de la izquierda al poder.
Algunos le cobraron a Delgado el tramo final de la campaña. La invitación a Orsi a participar de un gobierno de unidad nacional. La idea de convocar al Frente Amplio para integrar un eventual gabinete. Otros le cayeron a la ministra de Economía, Arbeleche, por “machetear” y no “abrir la canilla” en el último período de la administración.
Pero hubo más en el posbalotaje. Acaso uno de estos típicos episodios de blancos agazapados y con la sangre hirviendo tras la derrota. El senador Da Silva, que ha encarnado el discurso más combativo en defensa del gobierno, recriminó falta de actitud a algunos de sus compañeros. “Fuimos pocos los que lo defendimos a cara descubierta y fueron muchos lo que se cuidaron al defenderlo”, dijo en declaraciones recogidas por Telemundo. “El reproche que yo me hago es no haberlo defendido más y el mismo reproche que le hago a muchos de mis compañeros. Muchos quedaron enteritos, cuidando las piernas y los brazos”, agregó. Y admitió que se fue rápido del comando de Delgado tras la derrota. “Yo no soy amigo de los búnker. Yo soy amigo de estar en las esquinas, parado, repartiendo listas, recorriendo los pueblos. Y en los búnker hay mucha gente de esta que no defendió el gobierno, que estaba ahí, entre los canapés. Son momentos delicados en los cuales a uno le hierve la sangre. Y me fui tranquilo”.
El intendente de Paysandú y senador electo, Nicolás Olivera, le respondió a Da Silva. “Un hombre que se va un día importante para la coalición, para el país, para nuestro partido, y se va de un comando diciendo: ‘Yo no voy a ser la cara de la derrota’, hasta diría que es una actitud cobarde. No tiene ni idea Da Silva de lo que es dar la cara, es fácil pararse delante de un micrófono y decir cualquier barbaridad”, cuestionó Olivera. Y también cargó contra el estilo confrontativo del senador. “Dar la cara no se trata de salir a decir barbaridades, ofender al otro y decir Tribilín y todas esas cosas que me parece que no suman; dar la cara es dar respuestas a la gente”, dijo en el programa 12 PM de Azul FM.
Da Silva lo volvió a cruzar a través de su cuenta de X. “Cobarde es estar comiendo canapé viendo cómo te ganan en Paysandú. La cara de la derrota es la del intendente que pierde en su comarca”.
Otro terremoto después del terremoto.
El factor Ripoll
El propio Delgado asumió desde el vamos que la elección de Valeria Ripoll como su compañera de fórmula era una apuesta arriesgada y disruptiva. Y tras el balotaje se escucharon algunos ecos de los abucheos de la noche de las internas de junio, cuando la presentó como la candidata a la vicepresidencia. Hay dos corrientes. Los que cargan tintas contra Delgado por haberla designado. Y los que van directamente contra ella. La acusan de no haber conseguido un voto. Una fuente del Partido Nacional cuestionó que no se haya replicado la campaña del 2019 cuando Lacalle Pou y Argimón recorrieron “tres veces todo el Uruguay, pueblo por pueblo”. La estrategia esta vez fue distribuirse el territorio. Ripoll hizo un despliegue en solitario y más intenso en la zona metropolitana y en los asentamientos de Montevideo.
El líder de Cabildo Abierto, Guido Manini Ríos, opinó sobre la responsabilidad de la fórmula.
“No comparto que haya sido la candidatura de Ripoll la causal de la derrota”, dijo en entrevista con el programa Doble Click, de FM Del Sol. “Habría que ir un poquito más arriba: ¿por qué no fue (Laura) Raffo la candidata?, ¿quién se opuso? Capaz que hay responsabilidades mucho más arriba”.
Ahora el debate entre los blancos es si habrá una instancia formal para discutir y evaluar lo que les dejó esta elección y por qué se perdieron terrenos conquistados en el interior del Uruguay.
El dirigente Luis Calabria, asesor de Presidencia, escribió en una columna en El Observador: “Los blancos solemos ser impiadosos —y generalmente injustos, por simplistas— en esa adjudicación de responsabilidades. Así comienza el urdido de elucubraciones sobre qué se debió hacer y qué no se debió hacer. Solo un par de coordenadas para esa autocrítica cuando se dé: nunca la culpa podrá ser ni del votante ni del militante, motor del partido”.