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    El voto obligatorio, el anulado, el blanco y el mío

    Mientras la participación electoral en el mundo cae, en Uruguay la obligación de ir a las urnas sirve de contención y hasta ambienta un voto "protesta"

    Las últimas elecciones nacionales llegué al circuito con la certeza de que repetiría mi tradición: no elegir a ninguno. Con el sobre en la mano, caminé hasta detrás de una suerte de biombo montado para simular un cuarto secreto y recién entonces caí en la cuenta de que no sabía cómo iba a ejecutarlo.

    ¿Romper una lista? No, ese partido no tiene la culpa. ¿Rayarla? Misma respuesta. ¿Meter varias listas? ¿Cuáles? ¿Tendría que poner de todas para no ser injusto con alguna? Imposible.

    Mientras descartaba ideas, sin evidencia alguna, sentía que del otro lado del separador crecía la impaciencia. Recordé que tenía conmigo una libreta para tomar apuntes, porque un día de elección es un gran día de trabajo periodístico. Con sigilo, como para que los integrantes de la mesa no escucharan el papel desgarrarse, arranqué una hoja, escribí un mensaje conciliador que no recuerdo y la puse en el sobre. Misión cumplida.

    Soy Guillermo Draper y esta entrega de Derrotero Electoral está dedicada al voto obligatorio, a quienes lo anulan o votan en blanco. Pero también es una elegía al periodismo y, a riesgo de colmar tu paciencia, una fundamentación de mi decisión.

    Ir a las urnas

    Uruguay es uno de los pocos países que establece el voto obligatorio y castigos por su incumplimiento. ¿Es correcto plantearlo así?

    El periodista Martín Caparrós dice que escribir es elegir palabras. Una definición sencilla, pero una tarea complicada. Elegir la palabra más precisa para lo que se quiere transmitir.

    Pienso en Caparrós porque mientras preparo esta edición de Derrotero Electoral consulté a Julia Maskivker, una académica argentina que ha trabajado el tema sufragios, y me dijo, entre otras cosas que “no es realmente voto obligatorio”, sino que la obligación es “ir a las urnas”.

    Sea una cosa o la otra, la obligatoriedad tiene para muchos una carga negativa. Entre ellos está el director periodístico de Búsqueda, Andrés Danza, quien escribió una columna tres años atrás con sus fundamentos (la podés leer aquí). Estoy en desacuerdo con sus argumentos.

    De hecho, comparto la posición de aquellos que opinan que el voto obligatorio (perdón, Julia Maskivker, pero en este caso es una simplificación necesaria) es una característica positiva del sistema electoral uruguayo.

    La caída en la participación

    La participación en las elecciones está en caída a escala global, de acuerdo con el último informe de IDEA-Internacional, una organización sin fines de lucro con sede en Suecia. “El porcentaje medio mundial de la población en edad de votar y que vota ha disminuido del 65,2 por ciento en 2008 al 55,5 por ciento en 2023”, dice.

    Comparto una gráfica que incluyeron en su estudio.

    Participacion electoral IDEA.jpeg

    En Chile, han probado cosas extrañas a ojos de los que estamos acostumbrados al voto obligatorio.

    Entre 1988 y 2010 el voto era obligatorio para aquellos que se inscribían de manera voluntaria en el padrón electoral. Entonces, el porcentaje de los que votaban después de anotarse de manera voluntaria era alto, pero muchos no iban a las urnas porque no estaban obligados. A partir del 2012, la inscripción en el padrón electoral se volvió automática, pero el voto pasó a ser voluntario. Ahí se alinearon, a la baja, participación y padrón electoral. Desde 2021 hay un régimen obligatorio e inscripción automática.

    A continuación te comparto otra gráfica que muestra el impacto de las distintas medidas. (La línea roja es la clave).

    Participacion electoral en Chile.jpeg

    La caída en la participación no suele ser homogénea. Los estudios internacionales marcan que en donde no hay voto obligatorio, las personas jóvenes, de escasos recursos y bajos niveles educativos tienen menos participación electoral. Es decir, quienes necesitarían que su voz sea más escuchada en el sistema político para modificar sus desventajas.

    Ahora, la obligatoriedad del voto no es la única característica que alienta la participación. En otras ediciones de Derrotero Electoral te hablé de la caída global de la confianza en la democracia. El sistema político debería prestar atención a esas señales, más allá de las reglas de juego, porque el descontento puede traer otros lodos.

    Movilizar o desestimular

    El Frente Amplio y el Partido Nacional hicieron “timbrazos” para convencer a los vecinos de que los voten. Los anuncios acerca de la movilización fueron grandilocuentes, sus resultados no están claros.

    Para el politólogo Daniel Chasquetti, esas medidas también se explican por la obligatoriedad del sufragio. Los partidos tienen que ir a buscar el voto “hasta el último rincón”. Cuando hablé con él sobre este tema, en el marco de una entrevista que publicó Búsqueda, Chasquetti no dejó de mencionar el rechazo que, para su sorpresa, tiene el voto obligatorio en el mainstream.

    En países donde el sistema es voluntario, las campañas buscan movilizar a sus bases y, también, a desalentar a los rivales. Hay estrategias centradas en que la gente se quede en su casa, más que en convencer para que voten al candidato propio. Es una manera, también, de minar la confianza en la elección como mecanismo de cambio en la democracia.

    El sociólogo Ignacio Zuasnabar dijo en una entrevista con Búsqueda en 2023 que estaba preocupado por el debate político y planteó que las elecciones internas debían ser obligatorias para que los partidos le hablen más al “elector del centro” y menos a los “radicales”. Un intento de que el debate no se concentre en activar a los extremos.

    No le volví a preguntar por el tema, pero pareciera que la obligatoriedad de las nacionales no está sirviendo como estímulo para que algunos dirigentes dejen de agitar sus discursos agresivos. Y mientras tanto, las internas, la única instancia voluntaria del larguísimo proceso electoral uruguayo, volvieron a mostrar una caída en la participación.

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    El voto como protesta

    Esta campaña, coinciden los analistas y los políticos, ha sido rara. No termina de haber clima electoral. Esa sensación supongo que no se repetirá el 27 de octubre. Ahí, lo dicho, todos tenemos que ir a dejar nuestro voto en las urnas y eso provoca cierta efervescencia.

    La participación uruguaya ha sido estable y alta a lo largo de los últimos 40 años. El registro más bajo ocurrió, por varios motivos evidentes, en 1984. Esa elección transcurrió todavía en dictadura y con candidatos proscritos.

    Una vez dentro del cuarto secreto (o detrás del biombo), la amplia mayoría de los votantes elige por alguno de los partidos en competencia. Los menos, votan en blanco o anulan. (Claro, algunas anulaciones pueden ser involuntarias).

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    En un artículo académico en el que analizaron el aumento inusual del voto en blanco y anulado durante las elecciones departamentales del 2010, Gerardo Cisneros y Martín Freigero recuerdan que “la evidencia más destacada señala que los sistemas electorales con ‘voto obligatorio son efectivos para incrementar la participación, pero, cuando se presentan situaciones de desencanto o protesta, los votos válidos se traducen en un incremento de las boletas en blanco’”, y que esto ocurre porque “los votos blanco y nulos son equivalentes a la abstención en democracias con voto voluntario”.

    Para Maskivker, la existencia del anulado o en blanco es una demostración de la “superioridad” del sistema con voto obligatorio. “Con el voto en blanco o anulado es más probable que el votante esté expresando descontento. No hay certeza, pero es más probable dado el contexto”, me escribió ante una consulta. “Es un sistema más apropiado para la expresión de las diferentes razones que el votante puede tener, aunque aún limitado obviamente”.

    En Uruguay pareciera que el sistema de partidos, estable y con barreras bajas para la aparición de nuevos partidos, absorbe el descontento y lo integra, sin necesidad de anular el voto. En el proceso electoral actual, dado su crecimiento en las encuestas de la candidatura, Gustavo Salle parece ser el que atrae ese voto disconforme, a veces “antisistema”.

    Mi voto

    Y ahora es cuando me meto en un lío. Quiero explicarte por qué voto como voto. Por qué evito elegir. No busco convencer ni creo que mi posición es la única correcta, pero estoy convencido.

    Primero que nada, voto en blanco o anulado porque puedo. Tengo colegas extranjeros exiliados de sus países por ejercer el periodismo, que seguro desearían tener la oportunidad de elegir a un representante en una elección justa. Soy, en eso, un privilegiado.

    Comparto que sea obligatorio ir a las urnas porque participar en la sociedad tiene exigencias mínimas que todos debemos cumplir. Y si una de ellas es ir a las urnas cada cinco años, me parece un requisito razonable. Así, no evito votar porque descrea del sistema, de la democracia ni desprecie la oferta electoral actual o a los políticos.

    Si escribir es elegir palabras, como te decía más arriba, vengo con una complicada: beruf.

    La traducción de esa palabra alemana habilita los conceptos profesión y vocación. Esa combinación, para el ejercicio del periodismo, me representa. Creo en el valor del periodismo, en su aporte como testigo de la historia, espejo que permite a la sociedad verse y comprenderse a sí misma, con lo bueno y lo malo, y contralor de los poderes públicos y fácticos.

    Ejercer esta profesión es un privilegio y, para mí, eso entraña ciertas exigencias. Prefiero no darles el voto a aquellos a los que voy a controlar. Evito elegir a alguno sobre el resto, convencerme de que unos son mejores que otros. Decido tenerlos a distancia porque me ayuda a mantener una mirada lo más despejada posible para poder informar lo mejor posible.

    No voto a ninguno porque elegí el periodismo.