—¿Qué balance general hace del proceso que terminó con el balotaje?
—Primero, una continuidad: estamos ante un conjunto de elecciones de mucha paridad entre los bloques. Los bloques, desde su consolidación total, diría año 1999 en adelante, son parejos, aunque ha habido instancias de mayor y de menor paridad. La de menor paridad fue la elección de 2004, por ese triunfo en primera vuelta del Frente. Las últimas cuatro elecciones han sido de gran paridad: el balotaje del 2019, la LUC, la de octubre y la de noviembre, más allá de quién fuera triunfador.
Estamos ante la confirmación de que los dos bloques existentes tienen un poderío electoral similar, donde pequeñas alteraciones cambian el mapa. Se habla, con razón, de un triunfo de relativa claridad para el Frente Amplio porque hay 100.000 votos de diferencia, números más, números menos; pero al mismo tiempo, si uno compara balotaje a balotaje en términos de porcentajes de votos, que es como me gusta más comparar a mí, el Frente votó menos de tres puntos por encima del balotaje del 2019, mientras que la coalición cae tres puntos entre balotaje y balotaje. Un pequeño movimiento del electorado, menor a los 100.000 votos, decide el nuevo presidente de la República.
—En este ciclo existió ese pequeño movimiento.
—Es uno de los ciclos electorales de los menos claros que ha habido en términos del eje continuidad-cambio, de los más mixtos, más híbridos. Notoriamente son ciclos de continuidad la elección de 2009 y la elección de 2014, mientras que son ciclos de cambio la de 2004 y la de 2019, a pesar del exiguo triunfo de Lacalle Pou en el balotaje. Esta elección fue híbrida, al punto tal que los dados no estaban echados, como surge del resultado del balotaje.
—Las expectativas previas al domingo alimentaban una noche de incertidumbre, pero eso no pasó y quedó la sensación de que fue un triunfo holgado.
—Cuando digo que era incierto, lo digo en relación con principios de año, a preoctubre. Creo que con los resultados de octubre aparecía una fuerza, el Frente Amplio, con mejores probabilidades que otras. Me baso en los registros de Opción y también en un análisis más estructural que es el de preguntarse cuál es la capacidad de retención histórica de la coalición entre primera y segunda vuelta y cuánto tiene que haber cambiado esa capacidad de retención, que siempre distó de ser perfecta, para lograr un triunfo en segunda vuelta. Y con los datos de octubre, era desafiante. Esa diferencia de tres puntos y pico lucía demasiado apretada.
—¿Pero no había otros indicadores que iban en sentido contrario?
—No era una elección como la de 2019, donde el humor social era de cambio desde el comienzo, mientras que el humor de 2024 era mixto, con una muy buena aprobación de gobierno, por un lado, con una mirada más bien cauta o no del todo satisfecha con la economía, no tanto con la gestión económica, pero sí con la situación del país, por otro.
Había un porcentaje de la ciudadanía que quería algún tipo de modificación en la gestión más que continuidad; había un poquito más de vocación de algún cambio, aunque sin ser radicales, versus la continuidad. Había una muy buena memoria pandémica en favor del gobierno, que fue un hito central de esta gestión, pero al mismo tiempo existía una alta insatisfacción con la seguridad pública, que era la principal expectativa de buena parte del electorado que votó a la coalición en 2019. Entonces, señales muy muy híbridas en cuanto al panorama que no nos daban la certeza de que fuera un escenario ni de continuidad ni de cambio.
—¿Notó en sus encuestas algún cambio en el comportamiento del electorado, más indecisos o definiciones de último momento?
—Fue una elección con menos fervor ciudadano. No fueron candidatos de pasiones, ni Orsi ni Delgado, y eso siempre juega. De nuevo, el escenario no era ni de un fervor continuista ni de un fervor de cambio, de una demanda de cambio desbordante tampoco. Y eso ayudó a que fuera una elección tranquila. En cuanto a la cantidad de indecisos, no notamos grandes cambios, fueron los porcentajes habituales que manejamos.
—Usted dijo que, ante dos bloques tan consolidados, pequeños movimientos afectan el resultado. ¿Qué motivaron los cambios que llevaron a que el Frente Amplio derrote al oficialismo?
—Uno podría decir que por lo menos hay tres o cuatro elementos que poner sobre la mesa. El primero es que no estuvo el presidente como candidato. Uruguay no tiene reelección inmediata y eso a la coalición le quitó un activo. Vimos sistemáticamente que la evaluación de la gestión presidencial-gubernamental estuvo por encima de la evaluación de la gestión en dos áreas clave como la económica y la de seguridad pública. La económica, más cerca de la evaluación de la gestión general, la de seguridad, muy muy abajo.
Segundo punto, es evidente que luego de la pandemia, en términos genéricos, más allá de algunos vaivenes, la economía mejoró sustancialmente, pero el balance general del ciclo en muchos uruguayos no dejó un gran sabor económico. No fue un período de gran prosperidad en el balance general, y eso siempre termina afectando un poco los ánimos ciudadanos, con además algunas regiones particularmente castigadas producto, por ejemplo, de la diferencia cambiaria con Argentina.
La alta insatisfacción con la gestión de la seguridad pública no es que operó como el elemento en favor del Frente, en la medida que la población uruguaya tiene con el tema de la seguridad pública un sentimiento más bien de desesperanza, sí le quitó a la coalición un activo de diferenciación que tuvo en 2019. El sistema político en su conjunto tiene el desafío de revertir esa sensación de desesperanza.
—Algunos dirigentes y analistas del oficialismo consideran que la derrota responde a que no dieron la “batalla cultural”, que fueron un poco “tibios”. ¿Es un mensaje que surge del resultado?
—Esta campaña fue mucho más centrípeta que centrífuga. Los dos candidatos terminaron en noviembre yendo hacia el centro, lo cual a ambos diría que les resultó bastante cómodo. No eran candidatos vistos como extremistas, sino como hombres de diálogo, de conciliación, y el contenido de los mensajes que enviaron fueron mucho más centrípetos que centrífugos. Dentro del Frente Amplio las miradas que reclamaban un giro más fuerte, ideológico, programático, terminaron en minoría en la elección. Y lo mismo uno podría decir también en la coalición republicana, aunque es más heterogéneo el asunto.
Es evidente que en otros países, sobre todo por derecha, hay una estrategia de que hay mejores probabilidades de vencer a la izquierda con una línea centrífuga, o sea, de ir a un combate mucho más duro. Ahí están los cambios dentro del Partido Republicano en Estados Unidos, dentro del sistema político brasileño, en Argentina. En Europa están sucediendo estos mismos cambios.
—¿Es viable en Uruguay?
—Por el momento seguimos sin ver evidencia firme de que haya una ciudadanía muy predispuesta a ese tipo de campañas. Pero Uruguay no es ajeno a lo que pasa en el resto del mundo. Y lo que está pasando en muchas partes del mundo y en países cercanos a nosotros es que ha habido una crisis de la centroderecha en favor de una línea de derecha más dura.
Sí creo que una pregunta muy interesante analíticamente y que está buena hacerse es con este mismo escenario: imaginemos una alta aprobación de gobierno, resultados económicos que luego de una crisis van mejorando, pero con el Frente Amplio en el gobierno, ¿hubiese perdido? ¿El Frente Amplio parte con algún diferencial de ventaja en situaciones que son idénticas, que serían muy parecidas? Tengo la impresión de que sí, de que hay alguna ventaja para el Frente Amplio ahí. Puede tener que ver con su marca partidaria, con su capacidad de movilización. En parte se debe a la construcción del Frente como partido desde el año 71 en adelante versus un bloque de partidos. Y ahí está el gran dilema que enfrenta hoy la coalición republicana: ser o no un partido.
—El Frente Amplio en el balotaje captó votos que en octubre habían acompañado a partidos del gobierno. ¿Fracasó la capacidad de retención de la coalición republicana o es una señal de que debe ser formalizada?
—El Frente en noviembre crece en departamentos donde no son potentes los electores no alineados, sallistas, Unidad Popular, PERI; crece en departamentos donde los que fueron potentes fueron la coalición y el Frente, básicamente. Y roba básicamente de Cabildo, del Partido Colorado, algo del Partido Nacional, que votó en lógica departamental en octubre y vota en lógica nacional en noviembre. Estimamos que, más o menos, tres puntos del electorado se movieron de un bloque al otro entre octubre y noviembre.
La coalición como bloque electoral de partidos ha madurado. La retención que tuvo en 2024 fue mucho mejor que la retención que tuvo en 2019. De hecho, la pérdida en porcentaje de votos es la menor junto a la del año 1999. Con la diferencia de que la actual coalición tiene más diversidad partidaria porque en el año 99 eran solo blancos y colorados y ahora fueron cinco partidos. Su nivel de fidelización estuvo cerca del 95%.
—¿Es más difícil crear la coalición republicana desde la oposición?
—No veo particulares problemas para que la coalición se pueda construir desde la oposición. El Frente Amplio como partido se construyó desde la oposición puramente, nunca había ejercido el poder. Es cierto que, si la coalición se presenta con lema único, con un candidato potente y también comenzando a apelar a una mística propia, por así decirlo, a una identidad propia, con sus símbolos, con sus jingles, con su institucionalidad, sería otra cosa. Eso va generando más pertenencias. Una cosa es decirse, en un sentido más genérico, coalicionista, pero sin que haya banderas de la coalición republicana, y otra cosa es que haya un partido que va generando adherentes y militantes. Capaz que es una apuesta que puede llevar más de una elección, pero los partidos en sí generan vínculos que hasta pueden ser un poco más estables que los bloques. Ahora, la decisión es difícil. La disyuntiva está, quiero subrayarlo, porque no hay ningún camino perfecto. Hay un precio a pagar por no poder presentar cuatro candidaturas simultáneas y hacer una especie como de doble interna. ¿Cuál es el riesgo de que la coalición se presente como un partido en octubre? Es que ese votante que votó a la coalición en octubre y votó al Frente en noviembre ya directamente en octubre vote al Frente porque no le guste el candidato de la coalición. Al no tener cuatro opciones no vota a la coalición y eso le puede hacer perder el peso parlamentario.
—¿El resultado global, sin mayorías parlamentarias, es un mensaje al sistema político de que tiene que dialogar?
—Sí, pero no es tanto por el resultado frío en sí, porque vos podrías tener una elección donde salen por dos puntos de diferencia, pero que están superpolarizados los electorados. El electorado norteamericano está muy polarizado y la diferencia entre Trump y Harris fueron dos puntos. Más allá de eso, más allá del número, repito, justamente al ser una elección de tranquilidad, hasta de cierta apatía, no surge desde el elector un mensaje de cambios radicales. No surge de cambios radicales ni tampoco estamos ante una confrontación fuerte dentro de la ciudadanía. Estamos más bien en un escenario de bastante calma, donde se esperan ajustes, pero no muchos. De los gobiernos que han perdido una elección, este es el mejor evaluado. Eso no es tan habitual.
—¿La paridad entre los bloques puede llevar a una alternancia potencial mayor?
—Es evidente que cuando los escenarios son de alta paridad los oficialismos empiezan exigidos. ¿En qué sentido? Gobernar cuesta votos, como hemos hablado en otras oportunidades. Y si gobernar cuesta votos, tu porcentaje de pérdida de electores tiene que ser pequeño para renovar el poder dentro de cinco años. La coalición había empezado con una renta muy pequeña y de balotaje a balotaje perdió tres a manos del Frente, y así perdió la elección.
—Esta es la victoria en balotaje del Frente Amplio más reñida.
—Exacto, el primero sin mayoría parlamentaria total. El Frente gana en la primera elección en un clima de demanda total de cambio, y gana las dos siguientes en un clima de continuidad total. Y este no es el mismo clima. Por eso el Frente ahora empieza más exigido electoralmente. La coalición empieza con un candidato potencial, digamos, ya instalado; el Frente, con un candidato a construir.
—¿Hay algunas de estas cosas que pasaron en el balotaje que den pistas para las elecciones departamentales de mayo?
—Hay departamentos con elecciones más departamentalizadas que otras. Por ejemplo, Montevideo no es un departamento donde se departamentalice mucho la elección; el resultado de la elección departamental de 2020 fue un poco como el balotaje de 2019. En Canelones pasa un poco lo mismo, o hasta incluso más. Hay otros departamentos en los que el elector cambia permanentemente el chip, como Tacuarembó, Durazno, muchos departamentos del este, donde realmente se nota que hay una diferencia, una cosa es la elección nacional y otra la departamental.
En mayo, hay que mirar principalmente al litoral, a Paysandú, Salto y Río Negro, y a Rocha. Son muy competitivos desde hace tiempo.
—Ha dicho en entrevistas que el litoral es un microclima de lo que sucede a escala nacional, una característica que antes tenía Canelones.
—En Río Negro, Salto y Paysandú, han mostrado esa paridad que existe y, aunque no arrojan resultados idénticos a los nacionales, se asemejan bastante. Canelones, no, Canelones ha pasado a ser un departamento con un partido predominante que es el Frente Amplio, tanto a nivel departamental como a nivel nacional.