Subido todavía al envión de revisar y reinterpretar sus tesoros discográficos más importantes, como lo hizo con Giros y El amor después del amor (su gira anterior y magnum opus), con este show que se cansó de llenar Movistares Arena en Buenos Aires y termina su ciclo en la capital uruguaya, Páez, original y creativo, cómo no, celebra un doble aniversario: las cuatro décadas de Del 63, su primer disco, que coincide con los 30 años de la salida de Circo Beat, un baluarte del universo del artista. La gira la anunció este mismo año desde “el encierro del estudio” en el que estaba grabando Novela, el disco que se viene. Porque sí, además de todo lo que dio y lo que da, llega música nueva. Algunos dicen que era un proyecto del 89 que el músico no editó por problemas económicos, otros, que se trató de la banda sonora de una película que jamás vio la luz.
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Marcos Mezzottoni
Con solo agitar la mano despertó la emoción de todos. Pocas demostraciones de fanatismo extremo —salvo el trío de señoras a las que el propio Fito tuvo que pedir calma con un gesto corto con la mano—, aquello era un derroche de emociones a flor de piel. El artista estaba rozando una convocatoria de 10.000 personas, de todas las generaciones, pero una sorprendente primera línea de juventud, a los que les costó un poco aterrizar en el presente; se podía intuir que era la primera vez que veían en vivo al artista. Seguramente se estarían preguntando “¿vos sos vos?”, como alguna vez increpó el Flaco Spinetta a Páez cuando lo conoció de casualidad en alguna calle bonaerense en los 80. Pero sí, él era él, igual que en otros tiempos, con un par más de guerras encima.
Normal ni 1
Con sonrisa socarrona —pues sabe muy bien por qué no paran de aplaudirlo cuando ni siquiera empezó a tocar— se sentó al Yamaha y largó. Fucking mezzogiorno —como dice la letra de Lo que el viento nunca se llevó, como sinónimo de algo abrumador— de ese tenor ronco, suave y potente que tiene por voz, que suena más vieja que antes, que a veces tiene que alejarse del micro y apoyarse en los coros, pero que transmite lo mismo de siempre. “¡Mirá lo que sos!”, le gritaban desde el público.
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Marcos Mezzottoni
Con el transcurrir del concierto iba quedando cada vez más claro lo que Fito Páez es: canciones escritas ayer que resuenan hoy, bocas que se las conocían todas, padres levantando hijos, parejas celebrando aniversarios, amigas llorando en un abrazo, gritos, saltos y una catarata de declaraciones de amor que, afortunadamente, al día siguiente fueron correspondidas por el artista: “Ay, ¡Montevideo! ¡¡¡Me vas a matar de amor!!! Igual estoy acostumbrado. Tenés la hermosa costumbre de resucitarme cada vez. Estoy desbordado de emociones maravillosas. Tanto amor, tanta gratitud, tanta generosidad a través de tanto tiempo… No me hagas seguir… se me pianta un lagrimón. Les amo fuerte”, publicó en Instagram.
Pero lo mágico del concierto no se quedaba solo en la figura del frontman. Lo acompañaba “la banda más fashion", cuyos saxo, corista y guitarrista eran tan buenos que pudieron robarle el protagonismo a Páez, aunque solo por un ratito. Estaban todos vestidos de elegante blanco, quizás un guiño a la presentación de Clics modernos de Charly García en el Luna Park (1983), cuando Fito y Fabiana Cantilo eran integrantes de su banda.
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Es imposible no usar sufijos. Eran musicazos, una orquesta de rock increíble que tenía que estar a la altura del pianista y compositor. Pero de todos ellos, el rostro que quedó en la retina es el de Emme. Ella es la sutileza de los coros, la cantante que dejó de estar al servicio del show de Fito para poner a Páez a su servicio, restringiéndolo al piano y segunda voz mientras ella arrasó con Rojo como un corazón. Después, la banda cantó a capela Soy un hippie. Erizante.
“No sé qué pasa“, soltó Fito en un momento, medio entre risas, sin sacar las manos del piano, percibiendo la tensión positiva de la atmósfera ¿Qué era lo que no entendía él? Si el que no entendía era el público, extasiado con lo que estaba sucediendo.
“¡Nadie sabe, boludooo!“, le respondió alguien del público siendo el eco de todos.
Fito Páez Del 63
No es metódico para componer, según ha contado, pero se ve que sí algo estructurado para otras cosas. El show siguió estrictamente el orden de los dos discos, los hizo completos, y comenzó, como no podía ser de otra manera, con Del 63, el tema que abre y nombra su primer álbum de estudio. Esta canción es, básicamente, su vida en cuatro minutos. Una vez más Páez siendo autorreferencial; lo mágico era que hablando de él mismo hablaba de todo y de todos al mismo tiempo.
Y vino el colegio, y vino Vietnam/ Los yanquis juraban amar el napalm
Jobim me dormía en la noche cuando todo era calma
Tocaba folklore, después rock and roll/ Y ahí llegó Lennon hablando de amor
¿Qué pasa en la Tierra que el cielo es cada vez más chico?
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Tres agujas, Viejo mundo, Sable chino, todas canciones que Fito compuso en 1984, con apenas 21 años, lánguido y recién mudado a Buenos Aires, que hoy sigue tocando y siguen tocando. Historiográfico. 4030 fue un museo móvil sobre Fito con una exposición con curaduría de él mismo. En esta gira, Páez coronó su carrera haciendo que aquel primer hippie se diera un beso de pico, de esos que le gustan dar a él, con el músico que fue después, el noventoso dosmil, pero también con el músico que es ahora, a sus espléndidos 66.
Festejándolo a él, La rumba del piano puso a todo el mundo de pie. Este disco que ahora el Antel Arena se sabía de memoria, al principio se vendía a cuenta gotas, con un compositor bajo la sombra de ser el pianista de Charly.
El músico se cambió de ropa. Ahora vestía una capa de un amarillo rompe ojos que mostraba la transición de un disco al otro; una segunda parte del show en el que desplegó la faceta más histriónica del artista.
Todo el mundo juega en el Circo Beat
Circo Beat es el álbum que parió canciones como Mariposa tecknicolor, Tema de Piluso (Rosario siempre estuvo cerca), Lo que el viento nunca se llevó, Si Disney despertase, Soy un hippie, Normal 1, El jardín donde vuelan los mares... y el tema que da nombre al disco. En su segunda estrofa, Fito cambió el nombre de Gena Rowlands por Fabiana Cantilo y el público explotó de amor.
Casi todos tendrán un instante, su touch de gloria
Llegaremos en Jeep, llegaremos a la ciudad
No me gustar cantar, yo me muero con Fabiana Cantilo
Y los monos están devastando este lugar
Sonó esta canción y volaron por los aires los vasos de los que habían aprovechado el intermedio entre los discos para buscar un trago. Las canciones tenían otro power, otro ritmo, más beat. Este álbum nació de un Páez consolidado, en 1994, pero que cargaba con un peso imponente sobre los hombros: haber editado El amor después del amor. Entonces tocaba sacar de la manga el disco después de EL disco, y lo hizo. Con Circo Beat. Tuvo adhesiones y desaprobaciones, pero esta gira mostró que triunfaron las primeras.
El álbum es un ejercicio para poner a trabajar la cabeza, un ejercicio de letras, una exploración musical. Es Rosario, es la familia y su padre, es todo lo que ya no iba a volver.
La licorería dentro del placard/ Para ahogar los tiempos que ya nunca vendrán.
(Letra de Normal 1)
Había fiesta en el concierto, sí, pero esta nostalgia se comenzó a desbordar de los ojos de Fito durante Nada del mundo real. Las primeras filas del público que lo percibieron se morían por ser neurona y saber qué de todo fue lo que gatilló esa emoción, uno de los tantos momentos sutiles del show, que también se contó a través de los gestos y miradas en la interna de la banda, y entre los músicos y el público. El vitoreo volvió con Mariposa.
Y Páez se fue así nomás como llegó. Y llenó corazones a la par que dejó un vacío difícil de explicar. Instaló una nostalgia, aunque prometió un trabajo nuevo, porque los aniversarios ya se celebraron casi todos. Quisiera Montevideo que este artista no deje nunca de emocionarse mientras emociona.
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