Cuando aparece en la pantalla se la ve contenta, y no es para menos. Eugenia Ladra (Montevideo, 1992) está en Barcelona, donde acaba de terminar una residencia de tres semanas para escritores en una casa en la montaña que perteneció al poeta Jacinto Verdaguer. Allí, en medio de una naturaleza bella y silenciosa, comenzó a bosquejar su próximo proyecto. Pero antes, Ladra había estudiado durante un año y medio en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, de donde egresó con un máster en Creación Literaria. Allí tuvo origen Carnada, su primera novela, que este año se publicó en España por la editorial Tránsito y también en Uruguay por Criatura Editora. Además de presentarla en Montevideo, Barcelona y Madrid, la novela ha viajado por clubes de lectura y ha tenido una muy buena recepción tanto entre lectores como en la prensa española. Se entiende que la escritora esté contenta.
Egresada de la licenciatura de Comunicación de la Universidad Católica del Uruguay en la opción Audiovisual, Ladra siempre tuvo inclinación por la escritura. “Me tiraba también el periodismo, tal vez por influencia de mi padre (el periodista Antonio Ladra), y me gustaba la escritura de guiones”, le comentó a Búsqueda. Sus primeros relatos los compartió en un grupo de amigos con los que fundó la editorial Fardo, pero llegó un momento en el que se decidió a publicar. En 2017, sacó un libro álbum para niños, Ramona y Ramiro, y le siguieron libros de cuentos: La naturaleza de la muerte (2019) y El espacio debía sonar así (2020).
Carnada, su primera novela, tiene como escenario un pueblo llamado Paso Chico, un lugar polvoriento que hierve en verano y ni siquiera el río “amarronado, denso y espumoso” puede dar alivio a sus habitantes. En ese pueblo, vive Marga, una adolescente que carga con una maldición: cuando era una recién nacida, su madre murió y al mismo tiempo el pueblo sufrió una terrible inundación que lo dejó destrozado. La gente buscó un culpable de la calamidad y puso el ojo en esa niña-yeta. Marga creció con ese estigma y a los 13 años aún siente la mirada esquiva de la gente.
“El pueblo está inspirado en mis imágenes y recuerdos de Punta Gorda, en Colonia, en la arena de la playa llena de camalotes. Una playa bastante salvaje y un pueblo de calles de tierra. Esos paisajes me quedaron en la memoria y en lo sensorial. Recuerdo también los barcos que pasaban muy cerca de la orilla que venían del puerto de Nueva Palmira. Con esa atmósfera construí la novela, quería crear un universo cerrado con sus propias reglas que lo hacen bastante atemporal”. Tal vez por eso esta historia prendió en los lectores españoles, porque tiene la suficiente dosis de arraigo local que a la vez la hace universal. “Algunas personas me dijeron que en la descripción de cómo llevan a la Virgen de casa en casa encontraron similitudes con lo que pasa en pueblos españoles”.
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La violencia como una cicatriz
Durante el verano pegajoso de Paso Chico, un día aparece un muchacho llamado Recio, que tiene “una marca de nacimiento en la frente que parecía una línea divisoria entre este y oeste”. Nada se sabe en la novela de quién es Recio ni por qué está allí, es uno de los “silencios” que maneja muy bien la narradora, porque esta es una novela que insinúa para que el lector complete o se imagine lo no dicho y que narra a través de imágenes poderosas, de una plasticidad cinematográfica, como la que cuenta la “bienvenida” con la que los jóvenes del pueblo reciben a Recio:
Uno de los Mendieta metió mano entre el pelo de Recio y, cuando lo tuvo bien agarrado de las crines y de cara al cielo que se rajaba con el sol del mediodía, se dio por inaugurada la bienvenida, un espectáculo sostenido durante un buen rato por el clamor de la gente, los aplausos ahuecados y los ladridos de los perros enloquecidos por esas máscaras que se movían rápido, levantaban tierra y salpicaban un menjunje de sangre y saliva.
En esa ronda de violencia desatada, Marga ve al muchacho apaleado, se siente atraída y comienza a sentir una tensión sexual que desembocará en algo parecido al amor. Quien comienza a leer la novela también asocia a Magda en una situación parecida, aunque es ella la que está dándole patadas a un perro hasta que lo mata.
“Al comienzo no se entiende por qué lo mata porque todavía no sabemos nada de Marga, pero de a poco vamos entendiendo quién es y en qué se convirtió”, dice la autora. Al contrario de Recio, que es un personaje más enigmático, a Margda se la va conociendo más de cerca a través de su relación con la abuela Justa, con la vecina Olga y por sus propia voz en primera persona que se asoma en forma de poema.
¿Escuchas ladrar los perros?
Ladra tomó una frase de Pedro Páramo, de Juan Rulfo, como epígrafe para su novela: ”Y eso es solo por fuera; por dentro estoy hecha un mar de lodo”. A medida que se avanza en la historia, esa cita adopta otra dimensión y otro eco. Paso Chico se va convirtiendo en una especie de Comala criolla y se entiende más a Marga, esa adolescente invadida por el lodo. Y si algo también “suena” en la novela son los ladridos y aullidos de los perros. Están los amigables, incapaces de abandonar a su dueño aunque haya muerto; los desgraciados, que confían en quien les tiende una mano engañosa; y están los salvajes, que se juntan en jauría y rodean a su víctima para clavarle los dientes. Son los que hacen pensar en otra ronda con otros salvajes.
Eran dieciocho perros que se juntaban entre Paso Chico y el puerto, en esos baldíos de árboles chuecos donde revolcaban los lomos (...) una jauría completa donde había de todo: perros enormes, perros medianos, perros minúsculos; de pelo largo, más bien corto o con pelones; repletos de cicatrices o con el lomo nuevo; rubios. rojos, negros noche; con manchas y también liso prolijo; perros rengos, perros tuertos, perros alzados. Dieciocho bichos bien distintos con la herencia común de la roña.
“Hasta el día de hoy, mi madre, que sigue viviendo en Colonia, sale a caminar y lleva un palo en el bolso para espantar los perros. Es algo muy común ver esos perros sueltos, amenazantes”.
El habla del pago
En un precioso artículo, llamado El arte de narrar, Rulfo escribió sobre su proceso creativo: “Considero que hay tres pasos: el primero de ellos es crear el personaje, el segundo crear el ambiente donde ese personaje se va a mover y el tercero es cómo va a hablar ese personaje, cómo se va a expresar”. En su novela, Ladra mantiene con solvencia estos pasos con personajes creíbles, un ambiente de consistencia sólida, que es casi otro personaje, y un uso del lenguaje coloquial muy cercano a la oralidad. El efecto es un texto que no solo desprende aromas, sino que también se escucha.
“Quise rescatar palabras y expresiones que escuchaba a mi abuela de chica, que me interesaba volver a traer y que también hacen al pueblo. A los españoles les llamó la atención la palabra gurisa, y muchos me empezaron a decir así”, dice la escritora. Además de ese tipo de uruguayismos, la novela está salpicada por palabras que se unen, aunque van separadas: “cosarrara”, “terco comocabra”, ‘“muchomás”, ”muchomenos”. Si bien la primera vez que se las lee puede parecer un error tipográfico, el recurso resulta eficaz y se entrelaza con naturalidad en la narración.
En ese mundo que parece sin salida para los personajes, ocurren momentos de festividad, como la llegada de un circo, que se cruzan con otros amargos, que ocurren pero no se nombran, como el abuso sexual o la prepotencia masculina. Hay momentos estupendamente narrados que ocurren en la cantina La Paraíso, donde “los hombres se olvidan de cómo funciona el mundo”. Allí, el secreto que comparten los parroquianos no hace falta explicarlo. Ladra cuenta que fue el último capítulo que escribió y que se dejó llevar por las palabras, las imágenes, por lo lúdico.
En los últimos años, hay una nueva generación de narradores uruguayos que han desarrollado historias locales, generalmente en pueblos del interior, de donde provienen los autores o donde pasaron algunos años de su vida. Tamara Silva y Emanuel Bremermann son algunos de sus representantes. Sus historias son aparentemente sencillas, pero por debajo de la superficie hay una inmensa masa que va creciendo hasta que envuelve a quien lee; entonces esas historias se vuelven potentes y ya no se pueden abandonar. Es lo que ocurre con Carnada. Hay que leer esta novela y esperar que llegue la próxima. Es lo que genera la buena literatura.