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Cuando la actriz española Karla Sofía Gascón concedió una entrevista a Galería a fines de enero, no imaginó hasta qué punto sus palabras se volverían proféticas. La protagonista de Emilia Pérez, una de las películas más nominadas en la historia de los Oscar (13) —y también una de las más controvertidas—, vería cómo su ascenso hacia un futuro como estrella de cine se detendría por completo debido a su pasado.
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“Todo lo que digo se utiliza en mi contra constantemente”, declaró Gascón desde el Festival Internacional de Cine de José Ignacio. El mismo día en que se publicaron sus palabras, la periodista Sarah Hagi difundió una serie de tuits de la intérprete con comentarios ofensivos y racistas. Gascón pidió disculpas, eliminó su cuenta en la red social X y comenzó una gira mediática en la que ha buscado redención y se ha defendido por igual. Desde entonces, la primera mujer trans nominada a la estatuilla a Mejor actriz no ha participado en las ceremonias de premios que preceden a la gran gala, programada para el próximo 2 de marzo.
El avance de Emilia Pérez, una película distribuida en Estados Unidos por Netflix, también resultó visionario. En el tráiler, donde se revela solo en parte que es un musical, la presencia de Gascón en el rol titular de Emilia Pérez se reserva hasta el final. La protagonista es Zoe Saldaña, una abogada que ayudará a un poderoso y temible narco mexicano, Manitas, también interpretado por Gascón, a cambiar de sexo e identidad para vivir una nueva vida lejos de los horrores que ha sufrido y perpetuado.
Embed - Emilia Pérez - Trailer Oficial
Lo sucedido con la actriz solo potenció un elemento casi omnipresente alrededor de la última película del director francés Jacques Audiard: el escándalo. La obra que Cannes festejó en mayo del año pasado, en su estreno internacional, es hoy considerada en Hollywood como el símbolo de una práctica no novedosa, pero nunca antes vista con tanta ferocidad: el desprestigio de las películas en competencia de cara a la votación que cerrará el próximo 18 de febrero.
Por su retrato de la cultura mexicana y la violencia vinculada al narcotráfico, el uso disonante del español por parte de sus personajes y los dichos poco afortunados de Audiard y su equipo —como referirse al español como idioma de “países modestos, de países en desarrollo, de pobres y migrantes”, o afirmar que “Nunca se había hablado tanto en la prensa mexicana sobre los desaparecidos”, como dijo en su diálogo con Búsqueda—, Emilia Pérez ha dejado de ser una película para convertirse en una controversia.
Desde su primera escena, Audiard propone un México artificial —fue filmada en estudios en Francia—, un elemento que da lugar a las coreografías estridentes de esta historia sobre el narcotráfico. La imagen inicial —tres mariachis con atuendos iluminados emergiendo de la oscuridad— es una declaración de intenciones que, por un lado, parece sugerir que no hay que tomárselo tan en serio, pero que luego hará lo opuesto: se lo tomará muy, muy en serio. Una voz de tonos robóticos —“Subiendo al cielo / Cayendo al abismo”— no solo anuncia el tono sin matices del final (¿y el futuro de Gascón?), sino también el viaje de una de sus protagonistas, Manitas del Monte, interpretado por la actriz en el primero de sus dos papeles.
Esta ópera narco queer, un encasillamiento que le quedó de su glorioso pasaje por Cannes, explora el problema de la identidad a través de una historia de redención y resistencia. Sin embargo, pronto surge un problema evidente: propone que el espectador, quien ingresa a la historia de la mano de la abogada poco exitosa Rita Mora Castro (Zaldaña), se sienta cercano a Emilia Pérez, un personaje que, con el correr del relato, se volverá cada vez más lejano.
Pero antes de Emilia está Manitas, un narcotraficante temido y respetado, quien decide dejar atrás su vida de violencia y crimen para convertirse en una mujer que busca no solo un cambio físico, sino una reinvención moral. La transformación, que ocurre dentro de una elipsis, representa la lucha de Emilia no solo contra su pasado, sino también contra un sistema que, más que obligarla a vivir en las sombras, la llevó a poblarlas con crímenes inimaginables.
La película no los detalla, pero se harán evidentes cuando Emilia emprenda una cruzada para revelar el destino de cientos de desaparecidos que ella y otros carteles dejaron en el camino. Su búsqueda de redención pretende ser una rebelión silenciosa contra un mundo que margina a las mujeres y a las personas trans, pero resulta en otra cosa: en lugar de explorar con matices las consecuencias de sus actos pasados, la película opta por un tono melodramático que diluye la potencia de este mensaje.
Así, la cruzada de Emilia y Rita se convierte en un extraño juego de poder entre ellas, lo que a su vez desdibuja la profundidad de su lucha y la reduce a una serie de confrontaciones personales que, aunque intensas, carecen de peso emocional.
El musical, con su estética kitsch y sus números operísticos, logra escenas de un despliegue interesante que invita a seguir viendo cómo estas canciones, extrañas pero pegajosas como un anuncio de YouTube, se vuelven números de baile. La música y la exageración visual acercan al espectador a estas realidades desde un lugar emocional, más que intelectual, pero no es suficiente.
La banda de sonido actúa como hilo conductor que, canción a canción, busca elaborar una oda a la libertad que hay en la reinvención de una persona. Sin embargo, todo termina en un lamento cargado de consecuencias, que parece arrojar por la borda cualquier empatía hacia el personaje de Emilia Pérez. Por más que lo intentara, su destino ya estaba marcado en sangre.
No es por su artificio que Emilia Pérez enfurece, sino por la bandera que Audiard y su obra han querido levantar. Al intentar componer una melodía liberadora para un México violento y corrupto, no logran más que crear una caricatura grotesca y superficial. Reduce la complejidad de una nación a una película que será más recordada por lo que se dice sobre ella que por lo filmado frente a las cámaras: es un ejercicio de estilo vacío que, como las palabras de Gascón, usa todos sus elementos en su propia contra.